Vamos al zoo (o al museo)
Lo mejor de la condición humana, se sabe desde hace ya muchos años, son los animales. Dirán ustedes que es imposible: que basta con ver los estragos que causan en el mundo entero los políticos -desde el principio de los tiempos- para negar una hipótesis así. Pero es que no es una hipótesis, sino una certeza y una esperanza. Quizás la única esperanza legítima que nos queda como especie.
Porque además no todos los gobernantes han sido tan terribles y desastrosos: también los ha habido sabios y prudentes -una excepción, sin duda, pero no por ello menos válida- como el caballo Incitatus, cónsul de Calígula. Es como la quinta vez que cito esta frase de Céline, pero es tan buena que cinco me parecen pocas: "Felices quienes fueron gobernados por el caballo de Calígula".
Y no solo en la política los animales han sacado la cara por nosotros, que ya sería suficiente gracia, pues esa no era su obligación, aunque nos neguemos a aceptarlo. También en otras áreas de la vida aun más difíciles y exigentes, nuestros 'hermanos menores', como los llamaba san Francisco de Asís, aunque debería ser al revés, suelen tener un mejor desempeño. En la vida matrimonial, por ejemplo, o en la amistad o en la guerra; en algunos deportes, en algunas ciencias, en algunas artes.
Hace un par de semanas leí en El Colombiano de Medellín una noticia que vendría a corroborar esto último. Ocurrió en el Museo de Arte Moderno de esa encantadora ciudad, cuando una gallina, desatada por el estudiante Daniel Escobar, saltó sobre la obra Paisaje producido, del artista Carlos Uribe, y empezó a comérsela a veloces picotazos. Según el mismo periódico, la obra es, o era, "una montaña de maíz".
La intención de Escobar, estudiante de artes plásticas, era proponer una reflexión -otra- sobre la naturaleza y los límites del arte, más en ese espacio tan concreto y polémico de legitimación y validación que es el museo. Así, lo que antes era una 'instalación' se volvió un 'performance' protagonizado por la gallina, y la obra, Paisaje producido, es ahora como el famoso "Eccehomo de Borja": una pieza 'intervenida' por una artista de improviso.
El solo hecho de la gallina artista ya me fascina, porque pertenece a una hermosa tradición histórica y cultural cuyos hitos bien vale la pena recordar, más aún desde un país como Colombia, que apenas está dando sus primeros pasos en ese universo. Pasos que no son de animal grande.
El 8 de marzo de 1910 (para recordar uno de esos hitos célebres, mi favorito), el escritor Roland Dorgelès pidió que le prestaran a Lolo, el burro de Frédéric Gérard el tendero del Lapin Agile, un famosísimo cabaré parisino. Enfrente de un notario, hizo que el burrito pintara un cuadro. Le amarró pinceles a la cola y lo puso a pintar. Y el animal pintó una bellísima pieza : Y el sol se adormece en el Adriático. Ojalá lo vean. Cuando el cuadro se exhibió en el Salón de los Independientes bajo el seudónimo de Joachim-Raphaël Boronali, fue celebrado por la crítica como una obra maestra.