Algunos ciudadanos optimistas, pero ilusos, creíamos que la consulta popular del domingo podría ser el primer paso para corregir algunos de los peligrosos disparates que se mantienen en la Constitución. Nos equivocamos.
Parece que a la mayoría de la gente le gusta ese esperpento. O votó movido por afectos o desafectos que no deberían ser tomados en cuenta en una decisión de importancia. Qué le vamos a hacer. Estamos condenados, quién sabe por cuanto tiempo, a vivir sometidos a un régimen legal propicio a los abusos y prepotencia de la autoridad y a la más crasa arbitrariedad.
Por lo demás hay que reconocer que la jornada registra un éxito evidente de los candidatos de la revolución ciudadana, que se imponen, salvo alguna excepción, en las circunscripciones más importantes. Lo más llamativo es la captura de la Alcaldía de Guayaquil, desplazando a los social cristianos que la habían controlado por 31 años (8 de Febres Cordero, 19 de Nebot, 4 de Viteri).
Pienso que hay una singular lección en este resultado, que algún sabio nos explicará en su momento, luego de que unos y otros han sido socios en los varios intentos de golpes de estado que han ensayado en los últimos meses. ¿Lo seguirán siendo ahora luego del éxito de los unos y la debacle de los otros?
Esa es uno de los interrogantes que dejan los comicios. Pero lo más preocupante es que el proceso ha servido también para desnudar la debilidad del gobierno y su incapacidad de afrontar los retos políticos, que aumentarán luego de estas elecciones.
La pretensión de quienes quisieran echar al presidente, los correístas en primera línea, puede manifestarse en los próximos meses, alimentada por la situación económica, la inseguridad, el desempleo y la larga lista de males que venimos sufriendo. Dios nos encuentre confesados.