La crisis fiscal es un agujero negro que lo devora todo. Se formó en la década pasada y con el manejo errático actual y la maldita peste le salieron serpientes por todas partes. Las deudas por salarios, servicios y asignaciones son su expresión más dramática. Más de 3.700 millones.
El Gobierno apostó la salvación del país a los créditos externos con la bendición-ingerencia del FMI. A estas alturas, no tenía muchas opciones. Y el milagro se produjo. Llegarán 6.500 millones, 4.000 millones entre octubre y diciembre. Resultado: la caja tendrá un platal y el Gobierno habrá obtenido aire para su opaco final.
Cuando aun no se enfriaban las noticias, una de las Cámaras reclamó para sí parte de los recursos. Sin visión del otro ni de país. El Gobierno, con menos apremio y escaso análisis estructural, seleccionó 3 prioridades: pago de deudas internas (incluye salarios), crédito productivo y bonos de auxilio. Todos importantes sin duda. No exentos de cuestionamientos.
Desde diversos frentes -luego de saludar los ingresos frescos- se levantan críticas al menos en 3 direcciones. La primera -y más estructural- sobre la dependencia del FMI al que le encanta gestionar el desarrollo de paisitos sobre endeudados. Sin duda, intereses y plazos suenan convenientes, pero el quid se juega en las condicionalidades, los ajustes, la receta desde una visión particular de la vida. De aquello se conoce poco y se debate menos.
La segunda crítica refiere al carácter de las prioridades. Las 3 líneas tienen enfoque de emergencia, de tapar los hoyos más sangrantes sin sentido de sostenibilidad. No incluyen alternativas estratégicas de recuperación. Sanan sí dolencias que arden: deudas, vacíos de producción, extensión de mini bonos que se esfuman en un parpadeo.
La tercera crítica alude a la educación. No hay discurso que no la ponga en los altares. Pero en la vida real, se la posterga, se le succionan recursos, se minimiza su trascendencia. Es cierto que sus resultados no se aprecian de inmediato. Pero sigue siendo pilar de la democracia, constructora de ciudadanía, creadora de cultura y valores de una nación. Reclama a gritos refuerzo de docentes, implementos, ampliación de servicios sociales y psicológicos, sistemas de agua y saneamiento, conexiones modernas, sinergias con otros sectores.
Toda distribución de recursos en este descalabro es muy compleja. Los fondos son limitados y no se puede atender a todos por igual. Algunos sectores se verán sacrificados. Pero la decisión no es neutra ni técnica. Es política y ética. Las platas se reparten desde una percepción de la realidad y la economía. Desde una visión de país y de su gente. Y no llegan por inercia: precisan argumentos, iniciativas y presiones.
Así lo entendió Alemania que estableció la educación de niños y jóvenes como la prioridad uno de la nación. Al menos en esto, no caminemos hacia atrás.