En la revisión de documentos para una reunión preparatoria de una cita regional, aparece una referencia que llama la atención. El Banco Asiático de Desarrollo publicó, por el año 2011, un estudio sobre la visión del Asia al 2050 “con el objetivo de tomar acciones para mantener el impulso por los siguientes 40 años”. En el mismo el escenario pesimista era representado por América Latina, se perfilaba el temor que los paises asiáticos sigan el camino de nuestra Región y caigan en la trampa del ingreso medio. A la comunidad de países latinoamericanos se la describía como un espacio “poco dinámico, con bajos niveles de inversión, incrementos modestos en productividad, timidez para llevar a cabo proyectos de largo plazo, excesiva desigualdad y falta de pragmatismo en debates entre el rol del Estado y del mercado, donde predomina la ideología”. Todo aquello se confirmó en los años subsiguientes como una premonición infalible. La región latinoamericana hasta hoy en día sigue en las dubitaciones y disputas internas que constituyen un ancla a su desarrollo, con un crecimiento promedio del 3% del PIB mientras que, al otro lado del Pacífico, advertidos de los riesgos que la falta de determinación conlleva, los países asiáticos casi duplican ese porcentaje; y, aún así, muchos de ellos tienen dificultades para poder atender las necesidades de sus poblaciones que no logran superar del todo las consecuencias de décadas de retraso.
A los ojos del mundo, la politización y disputas internas son un óbice para que nuestros países se enrumben por la senda del desarrollo. Los ejemplos son varios y es inoficioso repetirlos porque son ampliamente conocidos sus fracasos. Pero lo que llama la atención, de manera adicional, es que permanentemente en otras regiones se están diseñando políticas de largo plazo, con un destino conocido, en cuya implementación y alcance de objetivos se encuentran empeñadas esas naciones.
En nuestro territorio aquello es una quimera. Valdría señalar como ejemplo que para la simple promulgación de un plan económico, que establecería las premisas a aplicarse durante los próximos tres años, el gobierno se ha tomado casi un mes desde que fuera anunciado. En consecuencia, pensar en lo que podría ser una estrategia de desarrollo a mediano y largo plazo luce como una utopía. No existe un proyecto de nación o, por lo menos, si alguien lo posee o lo ha diseñado lo mantiene guardado, sin que se lo discuta como corresponde entre todos los estamentos sociales.
¿Cómo se percibe el Ecuador dentro de tres décadas? ¿Cuáles son sus necesidades de infraestructura y qué pasos estamos dispuestos a dar para conseguir construirla? ¿Qué niveles de educación se podrá brindar a los niños y jóvenes en el futuro y cómo pensamos preparar a los maestros que estén a cargo de esas tareas? ¿Cuáles serán nuestras políticas de seguridad y defensa y cómo conseguiremos recursos para aplicarlas? Estas y otras tantas inquietudes merecen respuestas de la sociedad entera. ¿Seremos capaces de acudir en su búsqueda?