Sesenta segundos bastaron para cambiar el país. 60 segundos, una eternidad. 60 segundos de pánico, de muerte, de oscuridad. 60 segundos para que un padre abrace a su hijo queriendo protegerlo. 60 segundos para buscar a la hija y respirar porque está a salvo. 60 segundos para que todo se vuelva escombros. 60 segundos en los que el corazón late con ansia de vivir. 60 segundos en los que la respiración se agita. 60 segundos para decir te quiero. 60 segundos para la llamada telefónica que no se pudo hacer. 60 segundos para que nadie conteste el teléfono. 60 segundos para que el sueño se vuelva pesadilla. 60 segundos para encomendarse a Dios. 60 minutos para intentar huir. 60 segundos para que las ciudades costeras se vuelvan polvo, escombros que guardan los gritos desesperados de quienes no pudieron escapar y quedaron sepultados en sus propias viviendas. 60 segundos para perderlo todo. 60 segundos en una noche de sábado eterna, desesperante, solitaria, de lágrimas y terror, de silencio y de luto.
Sesenta segundos también bastaron para dejar de lado los odios entre ecuatorianos y para ponerse a trabajar en minga, unidos, hombro con hombro. Miles y miles de gente donando lo que tiene y lo que no tiene, juntando granitos de arena para ayudar a aquellos que está sedientos y hambrientos, a los que perdieron todo, a los que se salvaron, a los que escaparon a la tiniebla, a los que lloran. Miles y miles de gente entregando agua, alimentos, ropas. Miles y miles de ciudadanos, de organizaciones sociales, de municipios, de empresas privadas, de iglesias, de escuelas y colegios, hospitales, médicos, bomberos, policías, militares, rescatistas, voluntarios, obreros, indígenas, campesinos, jóvenes, viejos, mujeres, niños, artistas, periodistas, trabajando por la labor, una labor que será larga y dolorosa.
Una sociedad civil fuerte (ajá… la famosa sociedad civil), organizada, profundamente solidaria, capaz de buscar recursos bajo las piedras para apoyar a quienes ahora más lo necesitan; de ingeniarse y unirse para cortar caña y hacer albergues temporales; de juntar esfuerzos para cargar camiones y volquetas con donaciones; de sugerir escribir mensajes de apoyo para que les llegue a los sobrevivientes de la tragedia y les devuelva el ánimo y, tal vez, les saque una sonrisa en medio de la penumbra.
Sesenta segundos bastaron para cambiar el país. 60 segundos para pasar de la oscuridad de la tragedia, a la luz de la solidaridad. 60 segundos para que la lista de prioridades del Ecuador cambie por completo. 60 segundos han sido suficientes para que nada en el mundo sea más importante que el agua y para que nadie sea más importante que aquellos que están sufriendo este embate de la naturaleza y que necesitan un abrazo, una palabra de aliento, una mano llena con ayuda y con cariño.