No solo nuestra crisis es económica y moral. También es existencial e identitaria. Nos agobia la subida de precios y el desempleo. Nos lastima el robo descarado a los fondos públicos y la impotencia de no poder recuperarlos. Pocos pillos ya están presos, los más fuertes seguramente no pisen la cárcel, y los millones mal habidos reposan tranquillos, esperando el momento a ser blanqueados por los ladrones, que se vestirán ya mismo de “empresarios” o redentores políticos.
Aunque en el último año, como síntoma de salud política, se destapó la olla de corrupción y se canalizó las malas energías, muchas de ellas están intactas, en el fondo de la consciencia colectiva. Allí se acumulan frustración y vergüenza. Crisis moral. Nos sentimos sucios y violados. La redención no ha llegado.
Pero el malestar actual es más complejo. Viene también de una falta de certezas en el devenir. Se tapan huecos pero no sabemos hacia dónde va el país. Es cada vez más frecuente escuchar a los jóvenes que hacen planes con la idea de salir-escapar del país. Trazan proyectos de vida para realizarlos en otro lado del planeta.
Crisis de futuro y de raíces. Las viejas celebraciones, sobre todo las nacionales, como la del 10 de agosto, que afirmaban la identidad ecuatoriana son fechas vacías de significado, que han quedado como referentes para los puentes vacacionales. La historia nacional, la “historia patria”, no dice nada a nadie. Dejó de ser un transmisor de imaginarios y de base legitimadora de símbolos y ritos de una ecuatorianidad que está en el limbo.
Vivimos la crisis del Estado Nacional afirmado por García Moreno en el siglo XIX y Eloy Alfaro a inicios del XX, cuya consolidación cruzó dicho siglo y que se eclipsó en los años 90, cuando penetró el neoliberalismo, firmamos la paz con el Perú, sellando el añejo conflicto que le dio combustible al nacionalismo guerrerista, y, cuando también el movimiento indígena irrumpió planteándonos algo que estaba en la realidad y lo negábamos: la diversidad cultural y étnica, y la probable realización de un estado plurinacional
En los hechos, hasta hoy, aunque lo diga la Constitución, no somos ni Estado Nacional ni Estado plurinacional. Somos un estado y una nación ambiguos e inciertos. Donde lo real es que la mayoría de ecuatorianos tiene afinidad con el racismo y el autoritarismo, y, unas minorías activas, exaltan particularismos, que siendo luchas justas, no son aglutinantes.
Sí, vivimos también una crisis de referentes, de atomización y dispersión. Experimentamos una rara mezcla de velocidad, liquidez, y a su vez, pérdida de ritmo, estancamiento, desdibujo de objetivos, estrategias y metas.
¿Salidas? Encontrar en el presente y en la historia nuevos referentes de unidad y de destino común. Levantar nuevos paradigmas desde la ética y la estética.