Vancouver. DPA
Le dicen el ‘tomate volador’, pero instantes antes de capturar la gloria, Shaun White parece algo bastante más serio. Parece un mesías.
Eleva los brazos lentamente y así, también, el griterío de 4 400 ‘fieles’ que lo esperan al final de un largo y helado tubo blanco.
Un minuto más tarde, su larga cabellera rojiza está frente a ellos, y el oro capturado empequeñece ante una certeza: ese extraño personaje es la cara visible de una revolución en el deporte. “Shaun nos está llevando a otra dimensión”, dice a DPA el finlandés Markus Malin, finalista en el half-pipe en la noche del miércoles.
Su compatriota Peetu Piiroinen se llevó la medalla de plata y otro estadounidense, Scott Lago, el bronce. Todo un mérito para los finlandeses el llegar tan lejos: a diferencia de White, al que su patrocinador Red Bull le construyó un canal propio para su uso exclusivo, en Finlandia no existe una sola pista de halfpipe. “Quizás nos construyan uno ahora”, ríe Malin.
Quizás tenga razón y Finlandia no ignore la revolución que están generando los nuevos deportes.
Lo de estos chicos no es normal. No es normal que, con los pies aferrados a una tabla de más de un metro vayan bajando por ese canal de hielo subiendo a izquierda y derecha una pared de siete metros para girar dos o tres veces sobre sí mismo, mientras se elevan seis o siete metros más.
Pero tampoco es normal la conciencia que tienen de sí mismos, de su categoría de estrellas de un mundo mucho más emparentado con PlayStation, Blue Ray y el iPhone, que con la poco a poco vieja televisión.
Existen legiones de futbolistas, tenistas o atletas que se ponen nerviosos al ser expuestos en público, que preferirían no tener que hablar nunca. A los ‘halfpipers’ les pasa todo lo contrario.
Mientras el locutor anuncia sus nombres con un estilo propio de una pelea en Las Vegas y los graves le dan trabajo al subwoofer, allá en las alturas en las que el ‘mesías’ abre los brazos, allá desde donde todos los ‘snowboarders’ descienden hasta entregarse al público, una pantalla gigante se regodea exhibiéndolos.
Las chicas gritan, pero los chicos también. Para muchos de ellos vale más un Lago o un Shaun White que un Messi, un Cristiano Ronaldo, un Roger Federer o un Lewis Hamilton. Son la nueva generación para la que el papel no existe y la adrenalina es una necesidad diaria. No les alcanza con lo que hasta ahora era habitual: quieren otra cosa, quieren más. Y ahí está White, del que nadie diría precisamente que es buen mozo, pero al que el ex campeón olímpico de snowboard Ross Rebagliati ve como un ser único: “Por más que pongas el video a velocidad lenta, es casi imposible determinar con exactitud qué parte de su tabla toca primero la pared. No se puede siquiera hablar de impacto: es como si su tabla se fundiera con una de las paredes de halfpipe”.
Davis es el campeón solitario
La ficha y la imagen de Shani Davis no aparecen en la guía del equipo de patinaje de velocidad de Estados Unidos para los Juegos Olímpicos de Vancouver.
Lo único que lo une a sus compañeros es el mismo traje ajustado de una pieza de pies a cabeza.
Davis, de 27 años, ganó el miércoles, como estaba previsto, la medalla de oro de los 1 000 metros en patinaje de velocidad.
En esa misma distancia en Turín 2006 se convirtió en el primer deportista negro en lograr un metal dorado individual en un deporte de invierno. Nada tiene que ver su aislamiento con el color de piel en un deporte de blancos.
Es él el que decidió estar solo en el hielo y en la cima. En 2006 se negó a formar parte del equipo para ganar el que era un casi seguro oro más en persecución. Tampoco lo hará en Vancouver. Tiene ya uno. Buscará otro en 1 500 el sábado. En solitario. Él, el hielo, las cuchillas y el cronómetro.
Davis siempre se entrena lejos de sus rivales. Lleva el control de todas sus prácticas con gran detalle y es su propio preparador. El gana o él pierde. Pero solo él.
Cerca de él, solo su madre Cherie. Ella y Shani forman el ‘equipo Davis’, casi un país independiente, aunque sus medallas engrosen la lista de Estados Unidos. DPA