El barrio donde creció Felipe Caicedo, en la Cooperativa Unión de Bananeros. En la foto el parque Jaime Nebot Velasco donde los jóvenes ahora juegan en cancha sintética. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Guayaquil, Galápagos, Salinas y Quito marcaron la infancia y juventud de Christian Noboa. Él cambiaba de domicilio por el trabajo de su padre Fernando Noboa, un oficial de la Armada del Ecuador.
Eso sí, fue en Guayaquil donde pasó más tiempo. En bloques aledaños al complejo deportivo de la Armada, Eloy Alfaro y El Oro, anotó sus primeros goles en partidos con primos y vecinos.
Desde los 7 años, el ahora seleccionado iba a escuelas de fútbol, acompañado de su madre Sonia Tello. Ella lo llevaba junto a su hermano menor Roberto.
El seleccionado también jugaba en las canchas de fútbol de los complejos habitacionales de la Armada. Por eso, no jugaba en la calle.
Su padre no dejaba que su hijo saliera a las inmediaciones de los bloques. Prefería que, por seguridad, se quedara dentro del predio. El oficial conocía a todos los amigos de su hijo y a cada uno de sus padres.
Al mediocampista no le gustó la vida militar. Él estudió en colegios navales, pero nunca quiso seguir la carrera de su padre. De su formación con los uniformados, adoptó la disciplina y la fuerza de carácter, contó su madre.
En ocasiones los instructores del Liceo Naval de Guayaquil, lo castigaban, porque entraba de los recreos con el uniforme sucio. Cuando no había balones, pateaba envases de bebidas.
Aprovechaba también para jugar con los adultos en las bases navales. Su padre lo observaba, mientras disputaba el balón con los grumetes y con los oficiales. No tenía miedo de enfrentarlos.
En las escuelas de fútbol, Noboa sufrió discriminación porque su familia tenía recursos económicos. Pero él fue fuerte y llegó a la Tricolor.
‘Felipao’ es el más querido del Guasmo
El barrio de Felipe Caicedo cambió desde el 2006, cuando él partió a Suiza, para jugar en el Basilea. Las calles pedregosas fueron revestidas de asfalto e iluminadas.
Su casa está en el bloque 2 de la Cooperativa Unión de Bananeros, en el Guasmo Sur en Guayaquil. Allí aún viven sus hermanas y su mamá. En el barrio lo recuerdan como un niño hiperactivo y obsesionado con el fútbol.
Javier Sosa, de 31 años, es uno de sus amigos de infancia. Juntos buscaban al resto de niños para armar las ‘pichangas’. A Sosa lo conocen como ‘Cachete’, apodo que le puso el seleccionado.
Las calles dificultaban que el balón rodara. Por eso, iban a buscar sacos de aserrín a un sector llamado el Pailón, a pocas cuadras del lugar.
A ‘Felipao’ no le gustaban las peleas con sus amigos. Sosa recuerda que en ese entonces, Caicedo casi no marcaba goles. Más bien daba pases a sus compañeros.
Estaba siempre pendiente de las actividades del sector. Con 15 años, era parte del comité barrial y organizaba bingos, fiestas… También jugaba con bolichas, a las cogidas o al cinturón escondido.