Si no corren se sienten incompletos

Entrenamiento de los integrantes del grupo Ruta 42 de atletismo en la pista atlética del Estadio Olímpico Atahualpa. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Correr para ganar una competencia o solo por el gusto de cruzar una meta, aunque sea entre los últimos, implica sacrificios que a veces no son entendidos ni por las personas más cercanas.
Hay quienes se levantan a las 04:00, o antes, para salir a ejercitarse por parques, calles y hasta por los bosques en las frías madrugadas quiteñas. Transitan jadeantes y sin descanso por una, dos y hasta tres horas en el caso de los más resistentes. Terminan empapados de sudor, quemados por el sol y con una sonrisa pese al cansancio.
A muchos de ellos después solo les queda tiempo para una ducha, un buen desayuno y para acudir a sus respetivas actividades laborales.
La mayoría de las personas que se entrena en las madrugadas luego cumplen con jornadas de trabajo, como cualquier otra persona, y después su prioridad es llegar pronto a la casa. Aprovechan lo más que pueden el tiempo para ayudar en las labores escolares de los hijos, descansar, cenar y acostarse temprano para poder levantarse al día siguiente en la oscuridad y salir otra vez a entrenarse.
Algunos llegan a los extremos y corren en todos lados, a toda hora. El quiteño Javier Rivadeneira es uno de ellos.
Estudiante de Gastronomía de la UTE, que está próximo a graduarse, es además uno de los corredores más resistentes del país. Él ha estado en competencias ultramaratónicas de hasta 350 km.
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Esa capacidad para avanzar pese al cansancio la ha acumulado durante los últimos años y una de sus claves es correr por las madrugadas, a veces desde las 03:00, por las calles y los parques de Quito. A esa hora por supuesto va solo y en un par de ocasiones los patrulleros de la Policía lo han seguido hasta verificar, efectivamente, que se trataba de un atleta y no de un “loco que anda corriendo por ahí”.
Cuando no sale en la madrugada va en la noche a darse vueltas por La Carolina y luego complementa su jornada con la piscina. Antes de ingresar al agua se come un banano y toma bebidas hidratantes. Al salir de la zona húmeda, a eso de las 22:00, cuando ya muchas personas están durmiendo, se pone otra vez a entrenar. Cuando Javier Rivadeneira sale de la piscina, hace abdominales y después se va corriendo a su casa, en Nayón, con la mochila en la espalda. Incluso para ir a visitar a su novia, en las noches, se va corriendo.
El resistente atleta quiteño está enfocado ahora en las pruebas de montaña, conocidas como ‘trail running’. De hecho, la semana pasada fue segundo en los 42 km del reto Andes 6000, realizado en Lloa. Allí compartió el podio con Martín Sáenz y Gonzalo Calisto, también de los mejores del país en esa modalidad.
Si bien el caso de Rivadeneira es de los más extremos, hay muchos otros que están empeñados en ganar resistencia y velocidad por el gusto de seguir superándose a sí mismos.
En el Parque Bicentenario, con un ‘buff’ en el pelo, gafas y hasta una pequeña mochila en la espalda, los fines de semana se puede ver correr a Flavio Sánchez, un médico devenido en empresario de 56 años.
Su respiración es agitada, como si ya no pudiera dar un paso más, pero siempre sigue adelante. En el nuevo parque quiteño parece que no se detuviera nunca de dar vueltas porque se entrena para su próxima maratón. Eso implica que los fines de semana realiza lo que los corredores llaman las largas, es decir un entrenamiento extenso. Por eso, él corre 25, 30 y 35 km el sábado o el domingo.
El empresario que ahora hace maratones empezó a caminar en la terraza de su casa hace unos 15 años. Subió de peso y sentía que se cansaba, por lo que decidió dar un cambio a su vida. Ahora se levanta a las 04:30 y dos o tres veces por semana se junta con los corredores del Club Ruta 42.
Se siente más saludable, ha hecho nuevas amistades; sale a entrenarse con un una dispositivo en el pecho que mide su frecuencia cardíaca y cuando no corre siente que le falta algo. “Es un hábito, es como cepillarse los dientes”, afirma Sánchez.