En el circuito en Ibarra, Marco Pita dijo que sus amigos, familiares, deportistas y público en general lo alentaron durante la etapa. Foto: EL COMERCIO
Marco Pita es un perseverante empedernido. Le gustan los minúsculos detalles para levantar grandes obras, tal como lo dice Frank Rijkaard, el holandés exjugador del fútbol mundial. Y lo que hizo en la Vuelta Ciclística al Ecuador fácilmente se agregaría a los logros épicos del deporte.
En la clasificación general ocupó el puesto 89 (último), pero se retiraron 21 ciclistas. Día a día, durante las nueve etapas y los 993 km de recorrido, dio lecciones de vida pues a sus 48 años corrió junto a los ciclistas Élite y Sub 23. “Es un mensaje para la juventud y para aquellas personas que se sienten viejos a los 30 años”.
Pita -que en la década de los 80 y 90 fue compañero de equipo de Pedro Rodríguez, Paulo Caicedo y Juan Carlos Rosero– decidió participar en la Vuelta junto con sus hijos Darío y Diego, en el equipo Unacem. Su otro hijo, Cristian, formó parte de Team Ecuador.
El reto familiar se fue desmembrando, incluso antes de la señal de partida. Darío (25 años), el mayor, no pudo llegar a la primera etapa por una amigdalitis.
El 6 de octubre partieron tres integrantes del clan Pita, pero Cristian (23) tuvo que dejar el equipo luego de la primera etapa. Sufrió una fisura de tráquea en una competencia previa y no se recuperó del todo. “El médico de la Vuelta me dijo que no lo dejara continuar. Con su lesión no debe hacer esfuerzo físico; si lo hacía, su vida estaría en riesgo”.
Las lágrimas estuvieron a punto de salir. Sus labios temblaron porque Cristian corrió los 183 km de la primera etapa y luego llegaron los dolores. “Fue duro escuchar ese diagnóstico. Cristian retornó a casa, pero la gravedad de su lesión me hizo pensar en acompañarlo y dejar la Vuelta. Él me pidió que siga por todo lo que había realizado por estar ahí”.
Diego (21) le acompañó hasta la segunda etapa. Le rompió saber que su hermano no puede entrenarse por tres meses y que su vida estuvo en peligro. “Pero se quedó conmigo en el carro de abastos hasta el final de la Vuelta. Me dijo que no tenía fuerza para pedalear y pensar en lo que pudo haber pasado con su hermano”.
Después de cruzar la meta de los 993 km, Marco retornó a casa para acompañar a Cristian, que está cerca de fichar para un equipo profesional.
Al hacer un repaso de su participación en la Vuelta, dijo que se lleva el cariño de la gente. “Desde que llegamos a la Sierra, me encontré con mucha gente del ciclismo. En la etapa a Quito hubo mucho público en la carretera, alentándome. Y en Ibarra viví momentos hermosos”.
En el circuito que se realizó en la capital de Imbabura debió cubrir 66 kilómetros. “Llegué a mi tierra, y cada vez que pasaba por la tribuna sentía escalofrío, por toda la gente que me aplaudía y gritaba mi nombre”.
Entre ese grupo de personas estuvieron compañeros de generación, ciclistas que él formó y que ahora estarán de retirada y los que pertenecen a la Selección de Imbabura, equipo que él dirige. “Me emocioné tanto al escucharlos decir ‘vamos don Marco, usted puede’. Luego contagiaron a todas las personas que llegaron al parque. En varios tramos de la carrera lloré”.
Mientras relata esos detalles, en su mente reproduce esos momentos vividos. “Esos detalles me ayudaron para encarar la parte final. Las etapas de Cotacachi a Huaca y de San Isidro a Tulcán fueron muy duras para mí. Me sentía bien de piernas, pero me dolía el pecho y la garganta por el frío”.
Dice que mientras viva seguirá soñando con cumplir metas en su bicicleta. Correr la Vuelta del próximo año está en sus planes y tal vez no esté solo, pues “Héctor Chiles, Raúl Huera y otros ciclistas de nuestra época me han llamado porque quieren volver a entrenarse”.