Para entrar al ‘dojo’ -el sitio donde se practican artes marciales japonesas como el kendo– hay que quitarse los zapatos.
Es poco probable que un clavo brote de la superficie de madera y lastime las plantas de los pies de los practicantes. Antes de que arranque la práctica, siempre hay un alumno que desliza su pie sobre el tablado. Localiza posibles clavos saltones y los martilla. Así, el ‘dojo’ se queda a salvo.
Se siguen sucediendo las escenas de colaboración colectiva: un alumno agarra una escoba y limpia el polvo, hasta la última partícula. Otro desliza un trapeador y esparce el olor cítrico del limpiador, otro agarra una franela y limpia los espejos de las paredes… En tres minutos (porque el manejo del tiempo y del ritmo forman parte de las estrategias del kendo), el ‘dojo’ queda tan pulcro como un quirófano.
La solidaridad grupal, propia del carácter nipón, está ligada a la práctica del kendo. De hecho, uno de los requisitos para aprobar el examen de octavo (el máximo escalafón al que puede aspirar un practicante) es demostrar en qué forma ha contribuido a la sociedad.
“La limpieza del ‘dojo’ les enseña humildad. Cuando uno es humilde está más receptivo a lo que le enseñan”, imparte el sensei (maestro) Eric Cobo, el encargado de las clases en la escuela Kendo Guayas, ubicada en el interior del Albotenis (en el norte de Guayaquil).
La práctica del kendo deriva del kenjutsu, técnica de los samuráis en las guerras del período feudal japonés.
Al final de la temporada bélica, para mantener la tradición, se formaron academias para impartir este arte marcial y recibió el nombre que actualmente tiene. Pero el objetivo de estos tiempos ya no es superar al otro. La meta, ahora, es vencerse a uno mismo.
La práctica de este arte marcial provoca beneficios aplicables en un contexto real. Isaac Peña, quien lleva 6 años cultivando este arte marcial, dice que lo convirtió en una persona puntual, disciplinada.
Esto -según el sensei Cobo– se debe a que en el entrenamiento existe un orden tradicional y rígido para todo: para ejecutar la ceremonia de iniciación del entrenamiento (el ‘rei gi ho’), para concluir las batallas y hasta para colocarse la vestimenta.
Pero también, como le ocurrió a Carlos Villavicencio, la práctica del kendo logra vencer la timidez. “Hizo que sea más sociable”. El enfrentamiento constante con otros de cuatro a 10 horas por semanas, según el maestro Cobo, logra que el alumno combata sus miedos e inseguridades.
No es coincidencia que empresas japonesas tengan al ‘Libro de los cinco anillos’, escrito por Miyamoto Musashi y que contiene instrucciones sobre esta técnica. El kendo no sólo moldea el cuerpo, también, sobre todo, perfecciona la mente.