Jefferson Pérez celebra en Cuenca tras conseguir la medalla de oro en Atlanta 1996. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Fue un viernes y, a las 07:00, parecía un día más. Media hora después, la transmisión por televisión de los 20 km marcha de los Juegos Olímpicos Atlanta 1996 empezó a ganar televidentes. El cuencano Jefferson Pérez apareció en la partida y de vez en cuando se lo distinguía en el pelotón.
Transcurrida una hora de la competencia, ya eran dos canales los que seguían al pequeño marchista de movimientos de cadera y cintura singulares. Pérez sorprendía por su ritmo de competencia. Se lo veía fuerte y decidido. Conforme acumulaba kilómetros, la emoción subía de todo en el país.
Los últimos dos kilómetros fueron de fantasía. Estaba allí, peleando codo a codo con el ruso Ilya Markov y el mexicano Miguel Rodríguez por el podio olímpico.
Pérez llegó al estadio sobrio y con el título de campeón olímpico. En el país hubo llanto.
¿Logró la medalla de oro con los zapatos rotos?
El zapato del pie izquierdo estaba partido por la mitad y casi sin suela. Mis sobrinos me suelen pedir que los muestre.
¿No le entregaron recursos para comprar zapatos de competencia?
En 1995, luego de ganar la medalla de oro en los Juegos Panamericanos en Mar del Plata, me impuse como meta construirle la casa a mi madre. Todos los recursos que venían yo los mandaba para la construcción. No tenía dinero ni para comer, y en el Mundial de Atletismo en Gotemburgo fui penúltimo, entonces no habían recursos para mi preparación.
Tras ganar en Argentina dijo que comía doble porción de papas como suplemento de carbohidratos.
Sí, y en más de una ocasión comí dos lechugas y un tomate como cena. Un deportista de alto rendimiento no podía entrenarse así. Cuando vino al país el entrenador colombiano Enrique Peña me hizo entender la importancia de cuidar mi cuerpo, comenzamos entonces en invertir en la alimentación. Los zapatos sí fueron muy difíciles de conseguirlos, no tenía muchas opciones y como mi técnica era diferente, tenía que conseguir cierto tipo de calzado: buscar que absorban el impacto, que el lomo no sea tan alto. En los Juegos Olímpicos participé con los mismos que gané en Mar del Plata, y fue la última competencia.
¿Cómo planificó usted esa carrera?
Toda carrera tiene fases de planificación. En los 10 primeros kilómetros hay mucho cálculo matemático, la segunda es puro cálculo emocional, te duelen las piernas, pero debes seguir adelante. Se buscan estímulos mentales que te ayuden en esos momentos cuando se define la carrera. Mi meta nunca estaba en la línea de llegada, estaba antes, en los kilómetros 17, 18 o 19.
¿Qué pasó en ese último kilómetro cuando estaba ya solo y entró al estadio?
Fue un momento espiritual, estaba en un silencio profundo. Yo soy católico y en la puerta del estadio yo imaginaba a Cristo. En una parte de la canción Pescador de Hombres, dice “me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”. Yo me imaginaba aquello, esa imagen que decía “bien, buen trabajo”. Estaba en un silencio profundo que luego de cruzar el túnel de ingreso al estadio choqué con la bulla de las 80 000 personas que aplaudían en el estadio.
El momento en que Jefferson Perez estuvo en el podio Olímpico por primera vez. Foto: Archivo
Compitió solo mientras que los rusos y los mexicanos lo hicieron en equipo. ¿Sintió que competía en desventaja?
Un año antes le había ganado al mexicano Bernardo Segura que poseía el récord del mundo, me pegué con ellos durante algunos kilómetros, pero siempre considerando que era un rival a vencer. En los kilómetros finales, cuando estábamos ya un ruso, el mexicano y yo, estaban parejas las cosas.
A menos de un kilómetro para la meta fue eliminado el mexicano Miguel Rodríguez. ¿Eso le dio más oportunidad?
Me dolió mucho, quería parar, darme vuelta y pedirle su camiseta para llevarla hasta la meta. México me enseñó a marchar, en México yo aprendí a pelear. Yo tuve en Ecuador a un extraordinario entrenador como Luis Chocho, pero cuando fui a México en 1989, gracias a una beca, vi entrenar a los campeones mundiales y olímpicos. Pude analizar sus técnicas, sus entrenamientos, luego fueron mis amigos y a muchos de ellos luego les gané. Pero ese día en Atlanta él me dijo vamos por América, comenzamos a hacer equipo, me puse delante y comenzamos a pelear contra el ruso.
¿Mira el video de su triunfo en Atlanta con frecuencia?
Lo he mirado muchas veces, pero no me he sentado a ver desde la parte emocional, por lo general por temas de producción para apoyar algunas de mis charlas. Por lo general, cada vez que se cumple un aniversario nos sentamos a mirar con mi madre y mis sobrinos, los más pequeños. Ellos, como no me vieron competir, hacen preguntas.
¿Hay nostalgia?
No, al deporte yo lo disfruté, lo que sí me da nostalgia es que, la mejor competencia de mi vida, la medalla de oro en el Mundial de Atletismo París 2003 no se haya transmitido para Ecuador. Fue una enseñanza para la vida mucho más esperanzadora. París fue especial por lo técnico, lo estratégico.
¿Atlanta significó salir del anonimato?
Fue la oportunidad para encontrar paz, porque recibí críticas muy fuertes por mi participación en los Juegos Olímpicos de Barcelona cuatro años antes. Fue la oportunidad para decir que tengo un talento y que pude demostrar.
¿Por qué no ha salido otro medallista olímpico en Ecuador?
Personalmente yo siento frustración por aquello. Hoy Ecuador tiene un equipo de marcha joven y muy bueno.