Las clases las dicta en el patio de su casa, donde funciona la academia Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
Medallas, cuadros y trofeos adornan el estudio y corredor de la casa de James Saá, peleador guayaquileño de jiu-jitsu. Sus distinciones lo llenan, pero lo que más disfruta es transmitir sus destrezas a los estudiantes de su escuela.
En este 2019 inició un proyecto social. Saá se propuso enseñar defensa personal a mujeres, como un aporte para disminuir la v
Saá es el principal de la academia Cícero Costha y planifica 12 talleres en este año, uno por mes. Tiene sucursales en Quito y Cuenca, pero por ahora solo ofrece los talleres gratuitos en la matriz, en Samborondón, cantón vecino de Guayaquil.
“Hay mucha violencia y falta de respeto. Si ya estamos viviendo de esta manera, como artista marcial siento que es mi deber ayudar desde mi campo”, dijo el deportista. La semana pasada se cumplió el quinto taller del año.
Estas clases de defensa personal son gratuitas y se dictan en la casa de Saá, en la urbanización La Puntilla, en Samborondón, donde funciona la academia. Al taller llegan mujeres y niñas que buscan sentirse más tranquilas cuando caminan por las calles, van a los trabajos, a las escuelas…
“No les enseño a pelear, no se trata de generar violencia. Las artes marciales son disciplina, valores”, dijo el deportista de 34 años, que adecuó el patio de su casa con un tatami amplio, donde se practican los movimientos, llaves y agarres.
Un domingo al mes enseña a las mujeres cómo deben reaccionar en situaciones de desesperación, con llaves antirrobo, antisecuestro y antiviolación. Según él, la buena recepción de su idea fue inesperada, el primer día asistieron cerca de 20 aprendices.
Durante la clase conversa con ellas y conoce sus historias. Les explica la finalidad de sus enseñanzas y les imparte los valores que conlleva aprender un arte marcial: disciplina, respeto y tolerancia.
“Hay tantas autoridades, pero no siempre ayudan. Como cinta negra trato de aportar desde mi campo. Pienso que la defensa personal, como los primeros auxilios, deben enseñarse en los colegios, pero teniendo claro que no se trata de fomentar violencia sino de controlarla”, dijo.
Las artes marciales son su estilo de vida. Inició en el jiu-jitsu a los 27 años, incentivado por su amigo Julio Molina, quien lo invitó a una clase de prueba en su academia. Cuenta que fue la mejor decisión.
Era reacio a practicar jiu-jitsu; se considera un hombre pacífico, por lo que no comulgaba con la idea de practicar un deporte de contacto. En la primera clase se enamoró y decidió quedarse. “El 5 de enero del 2011 encontré lo que quería hacer el resto de mi vida”, dijo.
Ese cambio de opinión respecto de las artes marciales es el que pretende impartir a sus alumnos y a las mujeres que asisten a su taller.
Trabajaba como gerente de Trade Market en una importadora de Guayaquil, pero renunció para viajar a Abu Dhabi, a una competencia mundial donde consiguió una medalla de bronce. Luego de eso viajó a Brasil y Estados Unidos para perfeccionar su técnica.
Ganó campeonatos en el país, en Colombia, Brasil, Centroamérica y Estados Unidos. Practicar jiu-jitsu lo ayudó a recorrer el mundo y a aprender de las demás culturas, experiencia que comparte en sus clases.
No se arrepiente de haber seguido su sueño. Administrar su academia le permite tener ingresos económicos constantes para financiarse; así mismo, la interacción con sus estudiantes lo hace feliz.
Además de los talleres gratuitos para mujeres, Saá prepara otro proyecto social enfocado a jóvenes de barrios marginales. Se alió con una fundación y desde el próximo mes llevará su tatami a Nigeria, sector al noroeste de Guayaquil, para dar clases a los menores.
El proyecto, denominado Luchando por el Bien, pretende rescatar a jóvenes en situaciones de riesgo y orientarlos a la práctica del deporte.