Mientras sostiene en sus manos una foto de su papá, Jonathan Iraheta trata de contener el llanto y recuerda el último partido al que fue con su padre, la despedida de Franklin Salas y Paúl Ambrosi, el pasado 11 de junio del 2016. Sonríe al rememorar los buenos momentos que vivió en Casa Blanca junto Hamlet Iraheta, su “viejo”, quien falleció hace poco menos de dos meses.
La primera memoria que Jonathan tiene del estadio de Liga de Quito fueron los partidos del descenso, en el año 2000, ya desde esa época y con solo ocho años de edad iba al escenario deportivo a ver los compromisos de la ‘U’. La relación de Iraheta con la cancha de Ponciano es muy fuerte, en ese lugar vivió algunos de los mejores momentos junto a su papá: las copas internacionales, los partidos en las generales y la alegría de compartir esos momentos.
Un cántico de la barra organizada del equipo albo dice: “Una tarde mi viejo me llevó y la vida nunca más nos separó”, esa frase describe perfectamente la herencia que recibió Jonathan de su padre, el cariño por la institución alba y una pasión que traspasa fronteras, tiempos y distancias. Jonathan sonríe mientras se pone la camiseta blanca de Liga de Quito, el último regalo que le dio a su padre, dirige su mirada hacia arriba y seguramente piensa: “Porque arriba desde el cielo te voy a alentar”.