Hacer de las suyas con las palabras, como se puede hacer con el balón. Trazar una parábola con el pincel, como se dibuja la trayectoria de la pelota hacia las redes. Construir un personaje para soltarlo ante el aplauso del público, como se sueltan el juego y la vida ante la hinchada eufórica. En las artes y en el fútbol existen quienes brindan magia, quienes rítmicos y creativos provocan sensaciones e invitan a imaginar… hasta convertirse en ídolos. En las artes y en el fútbol existen fantasistas.
Vamos en busca de ellos, driblamos condenas y aficiones, lanzamos pases al vacío, sudamos la camiseta y ¡golazo! Llegamos a cinco animosos creadores que se vuelcan a relacionar el fútbol de un ídolo con algún referente cultural. Pitazo inicial.
Hasta que aparecieron Maradona y Messi, el escritor quiteño Raúl Pérez Torres siempre tuvo un solo ídolo: Polo Carrera. Lo conoció muy joven, jugó cerca de él, en el tiempo del Mariscal Ocampo, y lo que más le fascinaba era esa facilidad para embrujar a la pelota y tenerla pegada a sus pies, “quizá de la misma forma como yo quería tener a la palabra, embrujada en mi cabeza y pegada a la fluidez de mi corazón”, dice el autor. Para él, Polo era un poeta que hacía filigranas en la cancha, donde por obra y magia de sus pies desaparecían los enemigos.
En literatura era justamente eso lo que Pérez Torres amaba de Borges: “la magia de sus frases, el escamoteo de la palabra para sacarla brillante, misteriosa, nueva, el disparo mortal de su inteligencia, que nadie ha podido detener”. A veces -completa- sueña a Borges iniciándole a Polo en una nueva manera de asir el tiempo y el espacio para llegar al gol.
Luego de un par de décadas desde los años de Polo, el actor Carlos ‘Cacho’ Gallegos iba a todos los partidos del Deportivo Cuenca a mediados de los 90. Cuando empezó el declive, la hinchada bajó a 500 personas, y luego a 100, entre ellas el ‘Cacho’ saltaba entre el gozo y la pena, con su bandera roja al cuello y el grito ahogado en la garganta. Recuerda a Pablo de la Cruz Galván, jugador argentino que militó en el ‘Expreso Austral’ de 1993 a 1994.
“Era un futbolista que se sacaba la madre, jugaba como una bestia y a la final el equipo descendió a la Serie B”. Ironía: “El jugadorazo argentino hizo todo el esfuerzo, pero no funcionó”.
Después de la derrota 4 – 3, ante el Delfín de Manta, Galván lloraba en el centro del campo de juego, un argentino solo y deshecho. Gallegos recrea la imagen y atando historias relaciona lo de Galván con un hecho que el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique relata en sus ‘Antimemorias’. Bryce también se “sacó la madre” escribiendo una novela, pero durante su estadía en Francia dejó el manuscrito en el carro parqueado en un estacionamiento público… le robaron el texto.
En temporadas posteriores, Galván pasó al Barcelona, al Deportivo Quito y al Olmedo. Luego le dio una volea a su vida y se pasó al tenis. El ‘Cacho’ se fue a Francia y no pudo ver al ‘Cuenquita’ quedar campeón en el 2004. Ironía.
Para hablar de fútbol, la actriz Valentina Pacheco regresa a la adolescencia. Entonces, se recuerda totalmente impactada por el juego del delantero italiano Paolo Rossi. Le encantaba su velocidad, ese ímpetu que tenía. Si ha de compararlo con algún referente cultural, podría ser -dice- con la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch. “Rossi empezaba a jugar y no paraba, no paraba hasta hacer los goles, era de esas personas que encendía el ‘switch’, era el estilo ‘get ready… goooo’. Hace poco vi el documental ‘Pina’, que hizo Win Wenders sobre Bausch: ella es la pasión, el arranque”.
En pleno Mundial España 1982, Pacheco vino a vivir al Ecuador, pues nació y vivió en Italia. Era hincha de la ‘forza azzurra’, mientras que acá todos le iban a Brasil. Tenía 17 años y se sentía rebelde alentando a Italia, en contra de la mayoría de ecuatorianos. En la final, Italia ganó a Brasil, 3 – 2. Ella ganó una apuesta y un recuerdo de Paolo Rossi, un recuerdo para siempre.
Cuando al pintor David Santillán se le cuestiona sobre la relación entre fútbol y arte, más bien piensa en los volantes carrileros. Es que en el arte -dice- “te toca ser así, tener una onda de defensa, te toca irte llevando por un costado, jugarle a los desniveles (económicos o anímicos) y cruzar el balón para el gol. La única motivación es estar ahí, en la lucha constante, como juega Luis Antonio Valencia”. O sea, no solo figurar en la bronca, sino comprometerse con lo que uno quiere.
La relación que halla Santillán con el fútbol va, más bien, por esa línea, por la entrega y por el ambiente, por ponerse la camiseta, por arrimar el hombro. “Ese tipo de jugadores son una imagen referente, te dan la perspectiva general de un espíritu competitivo y a la vez te abren expectativas”. Claro que en el arte no se corre con la misma suerte, “no somos tan chéveres”, remata el pintor. La razón -dice- es que en las artes se trata de una carrera más demorada, es un oficio de tiempo y perseverancia, que no da resultados inmediatos: “Mientras más vives de pronto eres mejor, en cambio a ellos a los 32años ya se les acaba la carrera… uno recién empieza”.
“Artistas los dos, su juego no fue solo en la cancha. Irreverentes ambos; cada cual, a su manera, crítico del sistema”, dice la escritora Leonor Bravo y se anima a tirar los hilos entre el fútbol y la literatura. Lo hace entre dos 10: el ‘Pelusa’ y el ‘Gabo’.
Bravo se explica: el uno, con su juego virtuoso, hizo que el fútbol, guerra simbólica con espectadores, volviera a ser una fiesta; el otro, con su palabra renovadora y lúcida hizo de su literatura una celebración de la vida.
“Los dos nos convencieron de que lo mágico y lo maravilloso eran la realidad. El uno nos sedujo con la idea de que en Macondo se inició nuestra historia y el otro hizo creer, hasta a los más ateos, en la ‘mano de Dios’. Y nos recordaron a los latinoamericanos que la capacidad de asombro, la terquedad, la pasión por la fantasía y la magia eran nuestro principal patrimonio”, dice.
Leonor no sabe mucho de fútbol pero ver jugar a Maradona le es siempre un placer; la literatura es lo suyo y leer a García Márquez le significa un encuentro apasionante con su propia humanidad.
Una humanidad que se eleva por los aires hasta la divinidad, cuando un fantasista toca el balón o toma la palabra. Pitazo final.
El arte del balón
Del jugador brasileño Garrincha, el autor uruguayo Eduardo Galeano escribió: “Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta”.
Decía el existencialista francés Albert Camus que lo que sabía de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol.
En la poesía del ecuatoriano Fernando Artieda, un borrachito sufría la muerte del cantante Julio Jaramillo y botella en mano, tembloroso clamaba: “Ahora solo nos queda Barcelona”.