Paúl Ambrosi es alto. Mide 1,77 metros. Sus ojos son de un tono café claro y su cabello ligeramente ensortijado. Viste con sencillez: un saco oscuro y jean. No le gustan las joyas, prefiere su anillo de bodas.
El 27 de mayo recibió a este Diario en las calles José Ponce y Hernando Paredes del barrio Carcelén Alto, uno de los más poblados del norte de Quito. Estaba en la casa de los padres de Silvia Pardo, su esposa.Es una vivienda de dos plantas, típica de clase media. En el primer piso se halla una bodega de víveres, mientras que en el segundo reciben a las visitas.
Ambrosi es jovial, en su rostro casi siempre hay una sonrisa. Es muy cariñoso con sus hijos, Paúl Alexander, de 8 años, Sofía, de 4, y Saraí, de 2. Y, claro, con su esposa, quien ha sido su apoyo en los 13 años de su carrera futbolística.
Si una sola palabra bastara para definirlo, esa sería humildad. El ex albo, y actual volante del Rosario Central, de Argentina, también vive en Carcelén, en la urbanización Los Mastodontes, cerca de la casa de sus padres y suegros.
En la sala de la vivienda de los Pardo resalta la fotografía de la boda de Ambrosi, en el 2001. También, aunque en un marco de menor tamaño, se ve la foto del jugador junto a sus hijos en el estadio Casa Blanca, en Ponciano.
En este testimonio, Ambrosi habla de su origen, su trayectoria deportiva y sus proyecciones. El volante lateral también confiesa su cercanía con Dios y relata su experiencia en tierras argentinas.
“Llegué a Argentina en septiembre, no recuerdo el día. Pasé sólo una semana, hasta que por fin llegó mi esposa con mis hijos.
Ese tiempo estuve tranquilo, solo un poco ansioso por jugar. Después de los entrenamientos llegaba a mi casa para cambiarme de ropa y enseguida me dirigía al Centro Comerical El Portal para almorzar. Allí comía pasta, carne, pollo y mucha ensalada.
Por suerte me puedo desenvolver solo. Amo a mi esposa, pero puedo arreglármelas sin ella en las cuestiones del hogar.
En los ratos libres salía a pasear con Valentino, uno de mis compañeros. También llevaba la ropa sucia a la lavandería. Cuando mi familia llegó, salíamos todos a pasear. Me encantaba jugar ‘play station’ con mi hijo e ir a la iglesia cercana a mi domicilio.
Mi experiencia en Argentina fue muy buena, me llevaba con todos los compañeros y cuerpo técnico. Desde el primer momento me sentí con la obligación de demostrar todo lo que di en Liga.
Las cosas no resultaron como pensaba, pues el equipo descendió. Pero aún tengo un año de contrato para tomarme la revancha.
Su vinculación al fútbol
Mi niñez, adolescencia y vida profesional se desarrolló en Quito, pero me considero guarandeño de corazón. Esa ciudad me vio nacer y crecer durante 30 días, por eso le tengo mucho cariño.
Tengo 29 años y nací allí por pura casualidad. Según cuentan mis padres, un día que no recuerdo, se dirigían a Quito por asuntos laborales, pero el parto se adelantó y por precaución mi madre prefirió quedarse en Guaranda, en la casa de mis abuelitos. Ambos debían salir a Quito, donde vivían.
Después de que mis padres constataron que yo estaba en buenas condiciones de salud regresamos a la capital. En esa ocasión mi padre, Franco Ambrosi, que es ingeniero agrónomo, suspendió su visita a varias obras.
Como uno nunca se puede olvidar de sus orígenes (suspira y observa la fotografía en que posa junto a sus hijos) visito con frecuencia la capital de Bolívar para compartir con mis familiares.
En mi niñez me encantaba jugar fútbol con mis primos y tíos, ya sea en una canchita de césped o tierra, o, simplemente, sobre el adoquín de algún patio. En ese momento, el fútbol era un ‘hobby’, el cual, con el paso del tiempo, se convirtió en mi pasión.
En mi adolescencia jugaba barriales en Carcelén e intercolegiales, precisamente fue ese último torneo el que me permitió vincularme a las filas de Liga Deportiva Universitaria, a los 16 años.
Mis padres me dejaban jugar en los barriales porque la cancha estaba muy cerca de la casa, también porque la ciudad era más tranquila y segura. Eso mismo sucedió cuando me uní a Liga.
No olvido que, en 1994, el profesor José Romanelli me invitó a formar parte de la ‘Bordadora’, como conocí a Liga, después de verme jugar defendiendo al Colegio Borja 3, del cual guardo gratos recuerdos de esa institución.
El sueño de formar parte del club de mis amores se volvió realidad con la aprobación de mis padres. En ese momento, mis responsabilidades crecieron al combinar los estudios con el deporte.
No fue sencillo, pero admito que las cosas salieron mejor de lo que yo esperaba. Cumplí a cabalidad con las tareas del colegio y me destaqué en el ámbito deportivo.
Todo eso fue posible gracias al apoyo de mis padres, de mi esposa, pero sobre todo de Dios (en su rostro se dibuja una sonrisa).
Aunque en varias ocasiones falté a clases, mi prioridad y la de mis padres fueron los estudios. Por eso jamás abandoné el colegio y continúe en la universidad. Si Dios lo permite, espero graduarme de Ingeniero Comercial en el 2011. Ahora estoy preparando mi plan de tesis, a distancia, en la Universidad Particular de Loja.
Al inicio, formar parte de un club tan importante como lo es Liga fue difícil. Luché mucho para ganarme un puesto. Pero no me quejo, después de tanto sacrificio Dios me dio mucho más de lo que esperaba. Tengo muchos amigos y aprendí a trabajar en equipo
La vida de futbolista no te deja mucho tiempo para compartir con la familia, por eso ello aprovecho cada minuto”.
En ese instante, Ambrosi concluye su testimonio y convoca a Alexander y Sofía para darles un abrazo. Los tres sonríen y con las manos en alto dicen hasta pronto.