El secretario general de FIFA, Jérome Valcke (2d), el viceministro de Deporte de Brasil, Luis Fernándes (d), y los exfutbolistas brasileños Cafú (i) y Bebeto (c) observan al presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, José Maria Marin (2i), intentando controlar un balón en el estadio de Maracaná. EFE
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El invierno es mentiroso en Río de Janeiro, con días de sol y calor húmedo en la recta final hacia un Mundial que pudiera ofrecer la tormenta perfecta, una combinación de tensión política, social y futbolística, como quizás solo Brasil es capaz de generar.
“Brasil no es para principiantes”, dijo alguna vez el ya fallecido compositor y cantante Tom Jobim. Podría haber dicho también que Brasil no es para suizos, porque uno de los problemas del Mundial es el choque de culturas entre la tecnocrática y profundamente helvética FIFA y un país que funciona de otra manera.
Si el ente pudo intervenir el Mundial de Sudáfrica 2010 y convertirse de hecho en la organizadora del torneo -que salió mucho mejor de lo que tantos agoreros europeos pronosticaban-, fue porque los sudafricanos estaban ya sobradamente satisfechos con ser sede de la primera Copa del Mundo en el continente.
Sentían que no podían pedir más, estaban agradecidos. Brasil no, Brasil tiene historia y orgullo, además de potencia económica pese al caos en el que se mueve.
Y no está agradecido con la FIFA, en absoluto. Los brasileños, con la presidenta Dilma Rousseff a la cabeza, piensan lo contrario, sienten que es en realidad la FIFA la que debe agradecer a dicho país poder llevar el Mundial al ‘País del fútbol’.
De hecho, la Mandataria reconoció sin rodeos estar hasta la coronilla con las habituales críticas de la FIFA sobre la organización del Mundial que comenzará el jueves.
“Hace mucho tiempo que no concuerdo con varias declaraciones; la verdad, hace mucho tiempo…Brasil no está obligado a escuchar consideraciones que hieren a su soberanía”, declaró Rousseff al ser indagada sobre manifestaciones de Jerome Valcke, secretario general de la FIFA.
El mes pasado, Valcke sostuvo que los brasileños parecen estar más empeñados en conquistar su sexta copa que en concluir las obras de las 12 subsedes donde se realizará el torneo.
“No estoy de acuerdo con esto, (dicho por Valcke) Brasil es muy capaz de hacer las dos cosas a la vez, luchar por la Copa…y organizar la mejor del mundo”.
Los choques entre el Gobierno y la FIFA han sido moneda corriente. Hace dos años, por ejemplo, Valcke sostuvo que le “estamparía un puntapié en el trasero a las autoridades brasileñas”.
Por eso fue declarado persona no grata por el ministro de Deportes Aldo Rebelo.
Semanas más tarde, el entredicho fue superado y Valcke recorrió y criticó nuevamente las obras en los estadios. Recientemente, el secretario general de la Presidencia, Gilberto Carvalho, dijo: “La Presidenta es muy paciente con la gente de la FIFA a pesar de que a veces sus directivos podrían hablar más moderadamente”.
Rousseff evitó confirmar si va a pronunciar un discurso en elpartido de apertura del Mundial. Además de los conflictos con la FIFA, el Gobierno mantiene fuertes pugnas con sindicatos de diversos sectores que están en contra de la realización de la Copa.