Los árbitros tapan sus errores con decisiones absurdas en un partido de fútbol. Ven faltas donde no las hay, interrumpen el juego con frecuencia y califican roces como violentos.
Ese estilo se hizo común en el campeonato, sin percatarse de que es tan distante de la realidad y de la forma como se canaliza el arbitraje en la actualidad.
Y la forma de justificar la falta de personalidad y conocimiento -incluidos los directivos de la Comisión de Arbitraje, Académica y el gremio arbitral- es exhibir tarjetas amarillas y rojas a montones.
¿Eso es ser un buen árbitro? Indudablemente que no es mejor quien es más severo o es más gritón en la cancha. Basta mirar ejemplos externos, copiarlos e imponerlos, admitiendo las equivocaciones cometidas en los últimos años.
Uno de los peores árbitros de la última década esVinicio Espinel, con un perfil parecido al de Marco Aguas, quien dirigía los partidos en los noventa, corriendo distante del balón. Y esa característica la mostró en el juego entre Independiente-Aucas, el sábado en Sangolquí, mostrando siete tarjetas amarillas y dos rojas.
Una muestra del equivocado estilo de Espinel es que en 15 partidos ha sacado 60 tarjetas (54 amarillas y 6 rojas) en 10 partidos.
Lo preocupante es que el gremio arbitral y la Comisión de Arbitraje no admiten sus errores. Hace lo contrario: culpa a los futbolistas y se respalda en lo que vivieron Carlos Vera y Christian Lescano, en el Mundial de Brasil, donde dirigieron dos partidos y estuvieron en la final.
El arbitraje está en decadencia.
Los dirigentes y clubes cuestionan permanentemente a los árbitros por las formas como actúan. Pero se olvidan de los asistentes de línea que tienen la misma influencia con sus desaciertos en los ‘offside’.
En esto último basta recordar cómo Julio Grondona (fallecido dirigente) influía en las decisiones arbitrales y en los resultados de los partidos en Argentina.