Las paredes son recubiertas con caña picada dispuesta verticalmente. Las separaciones internas delimitan espacios privados y sociales. Fotos: Mario Faustos/ CONSTRUIR
La arquitectura vernácula del litoral ecuatoriano tiene un ejemplar de madera, caña y cade (hoja de palma de tagua) en los predios del Museo Amantes de Sumpa del cantón Santa Elena, en la Península.
Una gran pieza de museo que recrea una casa nativa de campo de 1935 e invita a los turistas a conocer a través de la vivienda el estilo de vida, los oficios, usos y costumbres de los campesinos montuvios y del pueblo cholo pescador.
Un estilo de vida y un tipo de vivienda aún utilizada en sectores rurales de la región Litoral, aunque con variaciones en cada provincia. Se trata de una casa elevada sobre pilotes, para burlar las inundaciones de la época lluviosa, habitable en el piso alto y con un espacio para aparejos, animales y actividades en sus bajos.
En la casa de campo se habita en la planta alta. En los bajos se guardan utensilios.
Entre las principales contribuciones de la casa de campo de la provincia de Santa Elena se destaca un módulo saliente en la cocina, utilizado como un lavadero para los platos. Se trata de una variación de diseño evidenciada ya en el libro ‘Arquitectura vernácula del Litoral’ (BCE, 1982) frente a los diseños de las casas de caña de Esmeraldas, Manabí o de la cuenca del Guayas.
“La idea de este saliente o lavadero de menaje era evitar mojar la casa por dentro y que los residuos cayeran al suelo. Abajo se estila poner piedras para evitar que se forme lodo y los animalitos picaban lo que caía”, explicó Beatriz Lindao, directora del Museo.
“La casa no presenta muchas divisiones, solo para los dormitorios. En este caso solo hay uno, pero suelen ser viviendas mucho más grandes”.
El libro ‘Arquitectura vernácula del Litoral’, de autoría del arquitecto David Nurnberg, del investigador Julio Estrada Ycaza y del arqueólogo Olaf Holm, destaca las propiedades bioclimáticas de este tipo de construcciones para regular la humedad y el calor.
El techo revestido de palma y las entradas de aire como calados con pedazos de caña cruzados en lo alto de puertas y ventanas son guiños a ese diseño bioambiental.
En esta construcción sobresale el lavadero de platos.
Se llama ‘sotea’ (de azotea) a un espacio de trabajo semiabierto con ventanales a lo ancho de las dos paredes. Un lugar destinado para guardar la lana de ceibo, materiales y herramientas de trabajo o para moler con lajas de piedra la sal, el maíz o el café.
La ‘sotea’ también se utiliza para elaborar quesos en meses de invierno. En el museo se exhiben sillas de montar de madera, otros aparejos y garabatos (gancho de madera que sirve de ayuda para podar el monte con machete).
En una relación histórica de su viaje por América, los expedicionarios españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa dejaron evidencia de cómo lucían las casas de caña elevadas sobre pilotes de madera y techo de palma en el siglo XVIII.
En un espacio semiabierto se muele maíz y café.
En un grabado de 1748, se observa una vivienda en alto con una escalera simple, de dos vigas y listones atravesados para escalar con pies y manos. Debajo de la estructura hay una hamaca y junto a la flora y fauna (matapalo, mangle o caimanes), un indígena nativo “que sale a pescar a la mar sobre el palo de balsa”. El paisaje es descrito como “casas del río Guayaquil”.