Mario Jaramillo Paredes murió este sábado 8 de abril en su Cuenca natal, la ciudad que tanto le debe y a la que tanto quiso. Se va con él un cerebro privilegiado, nutrido de conocimientos y sabiduría que siempre compartió con total sencillez, con esa tranquila calidez que le envolvía y con su envidiable sentido del humor.
Mario entendía la importancia del trabajo silencioso de transmitir conocimientos. Por eso fue, sobre todo, maestro, y a la enseñanza, en todas sus formas, dedicó su vida: profesor, conferencista, escritor, promotor cultural, gran hacedor de proyectos e iniciativas.
Su nombre estará para siempre ligado al de la Universidad del Azuay, forjada gracias a su esfuerzo y dedicación y pensada, no como simple casa de estudios o fuente de ingresos financieros, sino como instrumento de desarrollo, conectado con la realidad de su comarca y capaz de responder a sus necesidades. No dudo que, cuando se indague en la historia de Cuenca en las últimas décadas, el trabajo de Mario en la Universidad del Azuay estará en la base de muchas de las cosas que hoy admira cualquiera que visita la ciudad.
Su sentido de responsabilidad le hizo asumir funciones públicas que, para él, sí eran carga, servicio al interés colectivo, y no medio de satisfacer vanidades y alcanzar posiciones de poder; recuerdo el alivio que tenía al terminar sus funciones como ministro de educación. Prefería, sin duda, el aula, una conversación inteligente, espacio para leer y aprender más, o el tiempo que pasó en Ingapirca para entregarnos un imprescindible estudio sobre esa joya arqueológica del Ecuador.
Despedimos a un hombre irremplazable, capaz de hacer bien la obra de la vida. Juan Tama Márquez lo expresa de la mejor manera: “cincuenta o más años de ser un referente de inteligencia, de ponderación, de integridad, de hacer lo bueno, convirtieron a Mario en un activo moral del país. Que su recuerdo y su ejemplo nos anime, en estos tiempos de tinieblas, a anunciar que existe otro mundo posible”.