Hay una gran diferencia entre ser un ‘nini’ y un ‘no-no’. El primer término se utilizó hace décadas en el Reino Unido para describir la realidad de niños y jóvenes frente a la educación y al empleo, y ahora se usa, en tono peyorativo, para referirse a personas de entre 16 y 29 años que ni estudian ni trabajan. Este fenómeno mundial, que tiene varias explicaciones, bordea el 20% de la población en la región.
Menos homogéneo es el grupo de los no-no. Ahí se incluye una parte de la población que, pese a tener la oportunidad de contribuir, se niega a hacerlo. Ya vemos cómo las promesas iniciales de buscar un mundo mejor tras el primer susto de la pandemia -menos desigual, menos consumista, menos agresivo con la naturaleza- se van diluyendo en el camino. Que se sacrifiquen “los otros”.
En el grupo también están los políticos que quieren pasar de agache frente a los graves problemas del país, o los que ya se ven como candidatos para las próximas elecciones y no quieren hacer nada que los vuelva impopulares. ¿No se han dado cuenta de que la crisis no solo está carcomiendo la economía y el tejido social sino que puede acabar con la política, tal como la conocemos y la practicamos?
Incluso eso se aplica a una dirigencia indígena que salió fortalecida de las protestas violentas de octubre, no solo frente a las medidas sino al estado general de cosas, en concordancia con protestas en otros puntos del mundo. Al ‘mandatario’ le salió una fuerte competencia gubernamental en el campo, y en estas semanas no puede ejercer su poder frente a una realidad que nos supera a todos.
Entre los no-no también están los conspiradores, que con tantos años de práctica se están volviendo profesionales. No aceptan que sus reinos montados sobre la bonanza capitalista y el endeudamiento colapsaron por su voracidad y su voluntarismo. Se reúnen virtualmente (es lo único de virtuoso que tienen) con la intención de caminar triunfantes sobre las cenizas de la pandemia, para recuperar sus privilegios o impedir sus juicios.
Ya sabemos de sobra las tribulaciones económicas y sanitarias del país al mando de un presidente que no se cansa de decir que él preferiría ocuparse de tareas menos ingratas -¿y quién no?-; de su apuesta por buscar fondos internacionales para salvar la economía. Quienes exigían abandonar el Estado obeso ya pueden darse por satisfechos, aunque el bisturí ya penetra en el músculo social.
El mundo laboral y empresarial está fracturado. Lenín Moreno insistirá en las contribuciones; estas deben ser, como propuso una asambleísta sensata, voluntarias; y quizás tener algún beneficio tributario. Hay personas que pueden y quieren, pero no confían en quienes medran del dolor y la muerte.
Las iniciativas privadas están funcionando, y se necesitan más. Así habrá menos ninis y los no-no seguirán con los churos hechos.