La educación basada en el castigo castra a los alumnos. La educación no-pertinente crea desesperanzas en un posible mundo laboral. La educación en la que el profesor abusa de su poder construye un alumnado débil, sumiso, sin la capacidad de pensar por si mismo ni detectar su propia potencialidad. Desde pequeños, la mayoría de ecuatorianos aprende a copiar, a mentir y aparentar lo que no ha adquirido lícitamente. La educación donde se privilegia lo individual y no las necesidades de una sociedad conectada y relacionada, crea los monstruos que hoy vemos desfilar a diario. El exitoso es el más vivo, el que más roba al estado, para el que el valor de tener es más que el de ser.
Una extraordinaria obra El Atlántico negro. Modernidad y doble conciencia (2014) de Paul Gilroy que interpela los Estudios Culturales y el Nacionalismo cultural y sus postulados sobre las diferencias étnicas inmutables y homogéneas, nos permite a los historiadores dar vuelta de ojos a las teorías del mestizaje y el hibridismo e incorporar con herramientas y métodos distintos, situaciones más equilibradas sobre otras modernidades diaspóricas.
Una mujer golpea a los policías, otros siguen igual que ella desafiándolos. En un barrio “caliente”de Quito o Guayaquil, como se los llama, parece librarse una batalla campal. Cada noche el noticiero relata otro suceso de este tipo. ¿Quien pone orden? ¿No es el disciplinamiento propio que surge “naturalmente” de una necesidad de cuidar el cuerpo privado y por extensión lo público? Si una población se ha caotizado hasta tal punto de poner en riesgo su vida, ¿no es hora de leer estos síntomas con cuidado y delicadeza y preguntarse por qué?
No son actos sin precedentes; tumbar o “profanar” esculturas y monumentos ha sido parte de la historia de la humanidad. Si no, recordemos a los iconoclastas protestantes que literalmente descabezaron santos y santas católicas durante la Reforma europea. Sin ir tan lejos, movidos por la necesidad de “extirpar idolatrías” indígenas, curas y militares españoles y portugueses destrozaron muchos lugares e imágenes de comunidades americanas oriundas, donde creían pervivían aún los demonios. Dos caras de una misma moneda.
En el Ecuador existen algunos museos sobre mujeres. Todos tienen que ver con la vida de las religiosas en sus monasterios de clausura; todos, de alguna manera imprimen una nota de fidelidad hacia la religión católica; son conservadores, históricos y patrimonialistas. Sus entornos arquitectónicos son bellísimos y nos recuerdan su presencia en las urbes coloniales. Son lugares para contemplar y admirar una obra, un espacio, una huerta. Sin embargo, están montados con un discurso lineal y sesgado que no permite al espectador contemporáneo ver más allá de la “impecabilidad incuestionable” de la labor eclesial a través de imágenes y textos. Estoy segura de que se podrían transformar los guiones museológicos para enriquecerlos, dejándonos conocer sus diferentes poblaciones, además de las mismas monjas, las esclavas, donadas o recogidas que vivieron y trabajaron en estos; las mujeres viudas o separadas que se acogieron a su amparo temporalmente; la formación que recibieron. Las nuevas monjas
En estos días se ha evidenciado como nunca la importancia de las artes para el ser humano, para nuestra existencia y sostén. Bailarines, músicos y escritores nos han acompañado día tras día en este período de confinamiento. Irónicamente el Gobierno ha desconocido nuevamente la importancia de la cultura para su pueblo; fondos mermados y falta de planes de contingencia en emergencia. Y no solo esto, tres días antes de comenzar clases, se destituye al máximo organismo de la Universidad de las Artes de Guayaquil, su Comisión Gestora, incluido el rector Ramiro Noriega. Se especula a rabiar las razones de esta movida violenta (aunque legal) en un momento tan delicado; el Gobierno no da explicaciones; la nueva Comisión aún no se ha reunido… Se hizo el cambio sin tener resuelto el mismo, no hay tres perfiles con doctorado y otros requisitos indispensables para ocupar los nuevos puestos.
En épocas de incertidumbre y oscuridad merodean los negros cuervos. Se mueven entre la carroña, buscan atacar al más débil. Y lo hacen sin piedad alguna, subrepticiamente. Destrozan la presa –digo la Educación- engulléndola poco a poco. Quizás la dejen raquítica y exánime. Recorte de más de USD 98 millones de dólares, en estos dos años suman 389 millones. Con ello la paulatina disminución de sueldos de docentes y administrativos de 32 universidades públicas; la eliminación de programas de profesionalización docente, la pérdida de profesores especializados becados por el mismo Estado, el desempleo de contratados que esperaban una oportunidad de estabilidad año tras año, estudiantes que ansiaban una buena educación gratuita para salir de la pobreza y la desesperanza. Y no solo recortes presupuestarios; se piden cabezas como la del rector de la Universidad de las Artes, ¿quizás por su filiación política incorrecta en tiempos de pandemia? Y renuncia un miembro importante del Caaces porque
De veras, ¿volver a la normalidad? ¿Es esto lo que realmente desearíamos tras “combatir” la pandemia? ¿Seguir creyendo en el excepcionalismo humano y su ilusoria centralidad tal como nos lo enseñaron los humanistas del Renacimiento y que con tanto “éxito” lo hemos llevado a cabo? ¿O es que de verdad estamos pudiendo integrar nuestra vulnerabilidad y temor con humildad de tal manera que cuando salgamos de ésta dejemos de ser ambiental y ecológicamente tan peligrosos? ¿Seremos capaces de dejar de culpar a la pobreza por el deterioro medioambiental y dar vuelta la tortilla e integrar los principios de la justicia ambiental proclamada en EE.UU. desde los años 80 que reconocía la intersección entre deterioro ambiental e inequidades sociales y económicas marcadas por raza y etnia, como nos recuerda el profesor José Castro Sotomayor, comunicador medio ambientalista?
El cuerpo como registro de lo que sucede, como el recuerdo del miedo o la angustia. Hemos dejado de pensar en el cuerpo que nos envuelve, en la memoria que éste constituye. Lo hemos mal maquillado para hundirlo en el olvido propio mientras solo y tan solo vivimos en el afuera obnubilados. Mas el cuerpo de Lucas se refriega desesperado en la tierra buscando a la lombriz o la araña, únicos sobrevivientes de la catástrofe de habernos perdido.
Querida niña: “no temas, no temas, tu madre se fue al cielito a comprar cerezas”. Y miras alrededor buscando alguna imagen donde tú, tu madre y tus hermanos se reconozcan. Mas han desaparecido todos; se ha borrado tu historia. En algún recóndito lugar hallas alguna que otra pista; despiertas a tus 10 años como “la huerfanita”, pero lo fuiste a los 3 y nadie te dijo que ella jamás volvería con el cesto lleno de frutos rojos a contarte historias y cantarte nanas. Ahora has crecido un poco más, atenta a tu nuevo rol de servicio. Llevas y traes la charola para otros; siempre callada y cabizbaja mientras las frágiles memorias se desvanecen sin piedad en medio de la violencia psicológica familiar. Y de repente abres los ojos al vacío de tus historias llenas de oscuridad y silencio. No te reconoces en nada, en nadie.
Era la década del 80 y yo una joven profesora entusiasta, sin pelos en la lengua. La Universidad Católica de Quito –la entonces Facultad de Ciencias de la Educación- recibía alumnos de todos los sectores; uno de aquellos pocos lugares en una universidad privada que lo hacía. El ambiente solía ser amable y relajado hasta que llegaron los años de la presidencia de Febres Cordero. Se empezó a sentir un ambiente viscoso, extraño, resbaladizo. Algunos alumnos advirtieron que las clases estaban siendo grabadas; que había gente “infiltrada”, que los docentes debíamos tener cuidado y observar mucho.
Vivimos con zozobra la debacle de la universidad ecuatoriana. Los académicos vemos cómo se van desarmando procesos educativos e investigativos creativos, democracias participativas, ambientes laborales relativamente estables y otros. Según una investigación de este año del Dr. Jan Feyen, ex profesor de la Universidad Católica de Lovaina, en la que estudia 11 universidades ecuatorianas, concluye que son dos las causas: la politización frente a la calidad de la educación y el recorte presupuestario. Añadiría: falta de pertinencia de los contenidos. Propone el reducir el número de universidades (de 30 a 10-15) y aumentar el de estudiantes al recurrir de manera más dinámica al audio y las tecnologías modernas. Yo añadiría: el abrir carreras medias que surgen de los troncos universitarios (i.e. topógrafos o constructores, plomería o electricidad desde las facultades de arquitectura o ingeniería). Muchos estudiantes no perderían tiempo y dinero en la carrera completa y podrían insertarse con
En pocos días cumplo una década como articulista en este querido Diario. Siento la necesidad y el deber de contarles qué me mueve a escribir un ensayo; es decir, la cocina detrás del guiso.
Un paro con múltiples frentes y al parecer con agendas diversas; aún imposible de develar con responsabilidad lo que supone en términos políticos, económicos o sociales y que estalla tras un represamiento de ofertas no cumplidas o resueltas a modo de bacheo. Creo que muchos no nos atrevemos aún a hacer un análisis de fondo mientras se atiende a la inmediatez y violencia de las protestas. Permítanme sumarme a una de las artistas que considero prioritaria para nuestro país y que se manifestó el día de ayer con gran presencia de actores, organizaciones sociales (Conaie, Fenocin, CNC y otros). Se trata del sector campesino, un sector cuyas demandas se han atendido erráticamente sin la voluntad política de llevar a cabo y comunicar adecuadamente una reforma agraria integral y de soberanía alimentaria cuando la vocación central de nuestro país es precisamente esta: ser agrario, pesquero y agroindustrial.
La abrupta quiebra en estos días del turoperador británico Thomas Cook, especializado en los paquetes “todo en uno” y el segundo más fuerte del mundo, así como el cierre de muchos hoteles pequeños en diferentes lugares, nos hace pensar que este sector está en crisis y nos obliga a mirar con atención las ofertas paralelas, en el presente caso, alternativas de hospedaje. Un punto antes de comenzar: el hotel es, ha sido siempre, un aislante, un lugar aséptico que no te reúne con la comunidad a la que llegas, salvo con la gente de servicio. Además, de acuerdo a una serie de mecanismos de publicidad turística, conducen al visitante por lugares y operadores ya establecidos.
Los certámenes de belleza, de reinas de belleza, han ido quedando cada vez más estrechos. Son espacios de discriminación y generación de violencia simbólica. Los impedimentos para participar o seguir en el “reinado” han creado condiciones de exclusión que rayan en la estupidez: no a la maternidad durante el reinado, medidas corporales que obligan a las interfectas a pasar por la talla de cirujanos hábiles, mantenerse solteras, no engordar, ni envejecer. La participación en uno que otro concurso, de calvas, sordas, de piernas robóticas, tatuajes en la entrepierna, o… candidatas transgénero, convierten a esta práctica en supuestamente “más inclusiva”, acorde con las nuevas modalidades que sortea el capital y que se “venden” como políticamente aceptables.
Llegan los infernales días de la primavera cubana, cuaresma incluida; suenan y mueven los fuertes vientos calientes del sur. Ha muerto una profesora de química, Lissette. Se cuelan no solo los vientos sino una depresiva sensación de que todo lo que toca un policía acarrea el signo de muerte, maldición, traición, chantajes o abusos.
Celebramos nuevamente el Día de los Museos. Una marcha pública en Cuenca, un seminario en Quito sobre “Museos, historia pública y políticas culturales” (Universidad Andina), alguno que otro comentario en los medios. Supongo que a estas alturas del partido estaremos de acuerdo en que los museos no son solo “depositarios de bienes muebles representativos del patrimonio cultural de la nación”; y por extensión a lo anterior, tampoco son “lugares de relatos de nación y memoria colectiva”. Son, o deberían ser espacios “activistas” desde donde se anime al debate, se tensione y cuestione precisamente la noción –entre otras- de “nación”, una noción del romanticismo decimonónico que no existe más cuando vivimos la mayor porosidad de fronteras en la historia mundial y nos anima o debe animarnos más bien un diálogo multivocal que va más allá de la política local.
Hace pocos días Oscar Vela, compañero de opinión, escribió un hermoso artículo sobre sus relaciones de vida, viajes, literatura y Notre Dame. Como él, muchos lamentaron la pérdida parcial de tan valiosa joya, patrimonio de la humanidad, nos dice Unesco. Las noticias de entorno en medios convencionales y redes no dejaron de transmitir durante horas el suceso y de hacer eco de millares de seres que lloraban, literal y metafóricamente.
Uno de los aspectos centrales de vivir el claustro universitario en su verdadera dimensión, es el entorno natural. Grandes y prestigiosas universidades del mundo programan sus aulas y centros comunitarios considerando el diseño y contenido verde de sus campus, un añadido que no solo “afecta” a su propia población sino que se convierte en pulmón verde de la ciudad.