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Escribo esta primera columna del 2014 sobre un tema que ha causado el mayor asombro entre la comunidad científica en el mundo entero: los 70 años, recién cumplidos, de Keith Richards, el fundador y el alma de los Rolling Stones, el mejor guitarrista rítmico de la historia, el papá del capitán Jack Sparrow. Dirán ustedes que 70 años, en estos tiempos, no son gracia. Quizás. Pero son 40 más, por lo menos, que los que aun los más optimistas le daban de vida al buen Keith en sus épocas más duras y laboriosas.
Los libros son también botellas dejadas en el mar con un mensaje adentro. Lo son para el autor que los escribe y los libera como a un pájaro, sin saber luego adónde irán. El milagro de todo libro se renueva así con cada lector que lo descifra. Por eso Ovidio empezó sus Tristezas con el famoso lamento: "Pequeño libro: irás a Roma adonde no puede ir tu autor, pobre de mí. Ve sin pompa, como solo puede hacerlo un hijo del exilio: con el traje de estos tiempos ruines...".
Veo con sorpresa que en nuestro medio ha causado gran diversión, grandes risotadas y cogidas de cabeza, la reciente iniciativa del siempre docto, el siempre ecuánime y ponderado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien hace poco decidió crear el Viceministerio Para La Suprema Felicidad Social Del Pueblo, o algo así. En mayúsculas, claro, como corresponde a todo benefactor de la humanidad. La Humanidad .
Se llamaba Joy Johnson -su nombre ya le dio la vuelta al mundo varias veces- y este domingo corrió entera la maratón de Nueva York. Como miles de personas más. Pero ella tenía 86 años y esta era su vigésimo quinta vez haciendo el famoso recorrido entre Staten Island y el Central Park. Poco antes de llegar a la meta incluso se cayó y se abrió la cara, y aun así quiso correr hasta el final. Al día siguiente la encontraron muerta en su hotel y su hermana dijo la verdad: que se había muerto como quiso siempre, corriendo.
Hay muchas maneras de conocer el mundo, de medirles el pulso a los lugares. Algo cada vez más difícil, pues parecería que 'la globalización' es el resumen de lo humano en la fórmula infalible del centro comercial y la hamburguesa. Viajamos lo más lejos que se pueda para darnos de bruces con las cosas que tenemos a la vuelta de la esquina; nos alejamos para buscar siempre lo que nos pertenece y nos define, lo que somos, cada objeto que sabe nuestro nombre y nos hace sentir como en el barrio.
La noticia me la contaron un par de amigos bohemios y sabios jurando que era como para esta columna, siempre al acecho del absurdo; es decir de la realidad, de la vida. Yo no la había leído y fui a hacerlo con mis propios ojos, y era cierta y espantosa: el 21 de mayo pasado se suicidó, a los 78 años de edad, el ensayista e historiador francés Dominique Venner. Fue un poco después de las 4 de la tarde, según Le Monde, de un tiro certero en la boca.
Estuve en España y todo el mundo se queja, con razón, de "la crisis". Cómo será de grave la cosa, que incluso los inmigrantes pobres empiezan a añorar con ojos nublados las economías de sus propios países. Muchos se están devolviendo o quieren hacerlo, y no son pocos los españoles que les ruegan, desesperados, que los lleven de contrabando en sus maletas. Las cifras son aterradoras y el futuro parece aún peor. Me dijo un trágico amigo andaluz: "Joé, si ete mal empesó dede la Cueva de Altamira...".
Acabo de recibir un correo electrónico muy parecido a esas ‘cadenas de la felicidad’ que marcaron mi infancia y la de varias generaciones más. En esa época (en la mía) era un papel mal doblado que llegaba a la casa con la imagen del Divino Niño y la orden perentoria de hacerle siete copias para distribuirlas por el barrio. Quien no cumpliera estaba avisado, le llovían obscenas desgracias; quien lo hacía estaba a salvo, recogiendo monedas.
El nombre de John Gurdon ha salido en todas partes por estos días: en los periódicos de papel, en las galletas de la fortuna, hasta en Internet. Pero no solo por haberse ganado el Premio Nobel de Medicina junto a Shinya Yamanaka, que ya sería suficiente motivo, sino también por un episodio de su juventud que ahora se ha difundido casi tanto como la noticia misma del premio. Fue él quien lo contó en artículo científico del 2006.