‘Los viejos’ a votar
El 7 de febrero, me levantaré temprano, me arreglaré como lo hago para visitar a mis amigos y me presentaré a ejercer mi derecho al voto, para escoger con toda responsabilidad al binomio presidencial que considero como el más capaz para dirigir los destinos de mi país, despedazado como nunca, desmoralizado por la pésima conducción de los últimos años, destruido moral y físicamente, pero, con la esperanza de una milagrosa resurrección. Me han metido miedos, que si la pandemia, que si el contagio, que no necesito votar, y todos los días sigo escuchando una serie de argumentos, todos encaminados a desanimar a ese grupo de ciudadanos que por nuestro ya largo recorrido, ahora nos hemos ganado los títulos de tercera edad, adultos mayores, ancianos y el más irónico, el de viejos.
Analizando la benevolente intencionalidad de tantas indicaciones, recomendaciones, precauciones y más etc., he llegado a la conclusión de que por detrás, con un disfraz de protección y amor por estos viejos, no está sino el renovado deseo de excluirnos de nuestra participación, con la malhadada idea de que sólo los jóvenes tienen el derecho de pensar en el futuro. Nada más alejado de la realidad; a mis amigos y contemporáneos quiero decirles que nuestra participación siempre será importante y me atrevo a invitarles a salir a ejercer su derecho, como a lo largo de su vida. En lo particular la ejerceré por el resto de mi existencia por una simple pero valiosa razón: mis hijos, mis nietos, mi familia y mi país. Su futuro está en juego y quiero responsabilizarme escogiendo a los mejores gobernantes, utilizando para ello la experiencia que me ha entregado ese largo trajinar por los caminos de la vida.