La mesa casera era la mejor escuela, allí las familias compartían penas y alegrías; más importante que eso, aprendían interacción y relaciones humanas frontales, abiertas, sinceras y cara a cara, ¡cómo debe ser! dicen nuestros viejos. Hoy las cosas han cambiado pues, la vorágine del nuevo milenio, como en un embudo, nos conduce irrefrenablemente a la cultura light, esa que tiende a suavizarlo todo, esa que nos obliga a trabajar más, para tener más, sacrificando hijos y los placeres de la vida pausada que todos añoramos; quizá por eso, buscamos medios que nos lleven al pasado; quizá por eso también, corremos a refugiarnos en el Twitter que nos permite soñar con interrelaciones pasadas, añadiéndole un gustito especial, el del aparente anonimato; olvidamos que el engaño se presiente mirando las reacciones y facciones del interlocutor. No quiero ir contracorriente, sino solamente expresar pena, al verme obligado a teclear, en lugar de gesticular, para sentirme más humano y realmente social.