Una de las satisfacciones más grandes cuando se decide pasar vacaciones en Ecuador es encontrar riquezas naturales en cualquier lugar o zona que se visite. Historia, gente, paisajes, como por ejemplo Tulipe, un verdadero templo que guarda algunos misterios que conviene conocer.
Poco después de terminar de descender por el Occidente de Quito, se sigue por la vía que conduce a Gualea y a Pacto. Aproximadamente 20 minutos más y se llega a Tulipe, un lugar apacible, al pie de una montaña.
La guía del museo, una mujer preparada que con mucho conocimiento y seguridad comienza a ensayar algunas ideas de qué ocurrió con los yumbos, unos aborígenes que poblaron la zona, pero que desaparecieron o talvez se desperdigaron por otras regiones del país.
Dos posibilidades muy certeras anota la anfitriona. Una fuerte erupción del Pichincha y los intentos colonizadores de los incas. En los inicios de la colonia, esa es otra hipótesis, se vio a los yumbos deambular por las calles y mercados de Quito.
En la zona que habitaron dejaron una huella extraordinaria, un santuario donde plasmaron sus conocimientos arquitectónicos y geométricos para honrar a los dioses tales como la luna, la tierra y el agua.
Construyeron estructuras similares a piscinas semicirculares en las cuales seguramente practicaban ritos de purificación. Las piscinas, a donde llegaba el agua mediante una red de acueductos muy bien diseñados, se mantienen en buen estado gracias al apoyo del Fonsal.
Todo indica que los yumbos fueron una organización avanzada para su época. Se comunicaban a través de los culuncos, unos caminos por donde seguramente llevaban mercancía para intercambio.
El nombre Tulipe se describe así: tol/tul igual a tola y pe es el agua que baja de las tolas hacia un santuario donde los yumbos evidenciaron sus conocimientos.
Las tolas encontradas en la región, a diferencia de las de la Costa o la Sierra, se caracterizan por sus formas geométricas similares a pirámides, pero lo que más llama la atención de los visitantes son las piscinas.
La más increíble es una que permanece rodeada de bambú y en cuyo lecho, según la guía, hay arena de mar. La pregunta es cómo y desde dónde la trasladaron. El museo es una edificación moderna y bien escenificada que permite entender, o por lo menos imaginar, a una tribu bien organizada.
Los turistas son atendidos con bastante cordialidad y conducidos a través de senderos bien mantenidos, en medio de una naturaleza exuberante, un río cristalino y toda la buena voluntad de las guías para responder las inquietudes de los visitantes.
Los petroglifos descubiertos en el río Chirape son vestigios del manejo de una grafía especial. Hay, sin embargo, muchas preguntas para historiadores, arqueólogos y científicos.