No faltan los acerbos detractores del irreemplazable General para el presidente Rocafuerte (Vicente Rocafuerte, un forjador del Estado Ecuatoriano) de Amilcar Tapia Tamayo (2/19/17), que le insistía a Flores permaneciera en el país por él independizado, para protegerlo.
Eran tiempos duros, con tremenda deuda interna (guerras del 30 y 33). Pero quien luce anárquico es don Vicente con sus inconsultos decretos de 1836, totalmente como advierte J.J. Flores, inconstitucionales, intempestivos, opuestos a una sana economía, retroactivos. Rechazan anteriores compromisos de pago, (Anzoátegui), enemistando a quienes dieron una mano cuando parecía caso perdido. Paralizantes. Otros amigos como Olmedo y Roca también rechazaron los decretos.
El ministro Tamariz no solo fue censurado por el congreso sino retirado la ciudadanía ecuatoriana por dos años. Y fue Rocafuerte quien postuló a Flores para su segunda presidencia. Entre los vituperios lanzados al presidente Flores con increíbles defensores actuales como E. Ayala tenemos contenidos como en el “Ecuador de 1825 a 1875”, escrito en Chile por Pedro Moncayo, otrora beneficiario de la generosidad de Flores (Cónsul de Piura 1839 – 1842).
Tal libro ha recibido un gran rechazo de notables historiadores ecuatorianos: el brillante general Marcos Gándara Enríquez calificó al hábil Moncayo de “peligroso periodista, carente de escrúpulos cuyo libro es un disparatario de errores”. P.F. Cevallos dice que “su parcialidad le impide estar a la altura de un historiador”, W. Loor advierte que “a Moncayo en historia, no hay como darle mucho crédito”.
Antonio Flores y el padre Villalba también aclararon lo debido en sus respectivos libros. Moncayo fue obsecuente y traidor. “Dígase si es fiel y honrado aquel que desempeña un destino que le diera la confianza e insulta bajo el anónimo a su propio gobierno benefactor” (Antonio J. de Irisarri). El 9/2/16, el Sr. Roberto Aspiazu publica El Crimen de Berruecos en el que sugiere la implicación del general Flores en el asesinato de Sucre, al menos según él, por no haberlo impedido.
Ello denota ignorancia de elemental bibliografía como la publicada por el Centro de Estudios del Ejército, en que Antonio Flores y A.J. Irisarri investigan directa y personalmente en el lugar y tiempo de los hechos, analizan hasta el más mínimo detalle de casi 1 000 páginas con casi 20 testigos, 902 hojas de testimonio, todo parte del expediente abrumadoramente acusatorio del general Obando y de Morillo, quien señaló a este como quien ordenara el magnicidio en el que “jamás hubo prueba alguna contra Flores”.
“Asimismo, son infundios acríticamente repetitivos los que señalan al general como responsable de la matanza del Quiteño Libre y del intento de reconquistar estos países para España” (Jorge Salvador Lara). Volviendo a la seudología anterior, Flores no fue el único destinatario de lo que resulta ser una “emboscada” del patológico Obando (Murgueitio) ni tampoco el presidente se dignó responder a ella… Pero veamos el juicio mayor de nada menos que de Simón Bolívar. “Para refinar su maquiavelismo, atribuyen el crimen nefando al ilustre general Flores, como para matar la gloria de aquel quien no pueden alcanzar con sus armas aleves”.