Escucho en el bus, “es culpa de ellos”. Inicio el día con una dosis de responsabilidad endosada. Me atormenta durante el viaje el “por eso estamos como estamos, es culpa de la sociedad”. Qué lejana vemos a la sociedad para culparla aisladamente. Esto es culpa de los políticos que dañan a un pueblo que pide justicia, según mi compañera de asiento.
Llegamos a un cruce, me pregunto ¿es en realidad solo un fallo cuando el poder coquetea o será algo previo? Pienso y trato de buscar en mi vida el momento donde me he deslindado de responsabilidad o más importante, cuándo he esperado una solución llegada del cielo como Mary con su sombrilla. Entonces, como solo desde la experiencia puedo hablar, pienso en mis clases. En los pasillos buscas consejos para elegir quién te guíe en un nuevo andar. Mas, pasan los días y esa guía es cada vez más extraña. No por complicada, sino porque cada vez se nota más su ausencia. Vas olvidando su tono de voz y hasta cómo se ve. Suena exagerado. Dejas pasar su ausencia y tu único consuelo es que entre menos cátedra, menos para estudiar. El conformismo va creciendo, simplemente “no es mi culpa”, pero tampoco puedo hacer algo porque, de nuevo, “no es mi culpa”. Es imposible evitar pensar en que los líos que vivimos vienen de la costumbre. Todos los días se habla de corrupción, algo que para mí es el resultado de ver y no hacer. Pensamos que evadir es la solución. Frente a esto se me ocurre solo una pregunta ¿Cuándo va a ser nuestra culpa y el momento de actuar?