Cada mañana, al mirar las faldas del Pichincha decora como dice nuestro Himno Nacional, y mirar cómo se va terminando su bosque protector, sea por la sequía, por el intenso verano, por urbanizaciones, por invasiones o construcciones nuevas, inclusive por incendios intencionados o no.
Me invade un sentimiento de impotencia en no poder hacer nada para poner un límite, un alto al decir hasta aquí llegaron. De esta cota o de esta altitud ya no podemos pasar, porque esto pertenece a la ciudad.
Dejemos que este parque natural, que este pulmón ecológico de Quito, la primera en ser reconocida en 1978, Patrimonio Mundial de la Humanidad, se lo conserve y respete. Tengamos un pensamiento futurista.
Qué entidad será o debería ser la encargada de planificar, normalizar, poner las reglas en relación a este hermoso y natural parque ecológico, que es una carta de presentación para propios y extraños, no lo sé.
De continuar su deforestación e invasión, al ritmo que se observa, en 10 ó 15 años, el panorama será difícil de remediarlo, talvez demasiado tarde.