Muchos afirman que el poder político corrompe siempre. Aseguran que éste facilita a los que lo han obtenido caer fácilmente en la tentación hallada en algún momento de su ejercicio político o premeditadamente cuando lo buscaron y lograron para abusar y aprovecharse de él.
Por los casos históricos recientes y no tan recientes referentes a actos de corrupción en la institucionalidad del Estado ecuatoriano uno podría caer en una equivocación al declarar estar de acuerdo plenamente con esa afirmación. No quiero afirmar semejante tontería porque en el pasado los hombres y las mujeres en el poder han realizado estos desafueros que denigran a la majestad de un poder cuando principalmente este se ha originado mediante voto popular.
Resignarme a vivir en el futuro con ese convencimiento podría tacharse de cobardía. En el futuro hay que estar con los cinco sentidos cuando depositemos el voto para elegir a las personas que ocupen toda clase de dignidades de elección popular. Entonces depende mucho de nosotros para impedir que este tipo de personas débiles o abusivas lleguen y si lo logran, combatirlos sin miedo.
George Orwell, autor del libro Rebelión en la Granja afirmaba con mucho cinismo “Los hombres solo son decentes cuando carecen del poder”.
No es el poder en sí el que corrompe, son los individuos que desde la sociedad civil llegan al poder para cometer actos de corrupción o caer en esa tentación.
Siempre necesitamos un poder político decente dirigido por personas políticas decentes votadas por una sociedad civil decente.