La semana pasada se la debe llamar semana de los alza manos, no por la conocida sumisión de los legisladores a las órdenes del Ejecutivo, sino por la inscripción de las candidaturas para las elecciones generales.
En efecto, todas las fotografías de la proliferación de candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, que publican los medios, muestran a los pretendientes levantando las manos propias y de sus acompañantes con rostros de verdaderos orgasmos de felicidad. Parece que ya se sienten en el mayestático sillón de Carondelet, rodeados de guardias, asesores y comensales de palacio, gozando de las delicias de los encumbrados puestos burocráticos. Y es que muchos querrán seguir sus pasos, luego de 10 años de haber contemplado al caudillo imponiendo su voluntad en “el paisito”- como llama un editorialista de Guayaquil a la república del Corazón de Jesús – sin que nadie se atreva a cuestionar ni siquiera sus caprichos; y pobre de aquél que lo haga, porque da orden a su guardia pretoriana que lo detengan inmediatamente o “sugiere” a fiscales y jueces que lo sometan a juicios penales y le condenen a penas de cárcel, más una suculenta indemnización por el honor mancillado.
Pero más allá de mensajes subliminales y deseos ocultos, estas nuevas elecciones muestran una vez más el primitivismo político ecuatoriano. El poder usando todos los medios a su alcance – y vaya si los tiene en gran número y con recursos ilimitados – busca mantenerse en el gobierno, cambiando de rostro pero con los mismos apetitos e intereses, pues hay que mantener cubiertos muchos episodios que, de hacerse públicos, descuajeringarán la RC. Y los candidatos de la oposición –si así puede llamarse a grupos de amigos y simpatizantes– ciegos ante la realidad y los manejos non santos del poder, parecen más interesados en agregar a su currículo lo de “ex candidato a la presidencia o vicepresidencia”, antes que entender en profundidad la brutal crisis que afecta a la nación y la necesidad de desbancar al grupo dominante.