Mientras los fiscales, con parsimonia digna de mejor suerte, ordenan interminables diligencias, el sujeto, blanco de investigación, prepara excelentes estrategias de fuga. Horas después de su salida del país se declara la prisión preventiva del susodicho, para saciar el hambre de justicia del pueblo ecuatoriano.
Más tarde, el perseguido hará, en redes sociales, fogosas declaraciones desde la clandestinidad, gritando la injusticia que se ha cometido. Una vez que está a buen recaudo, se declarará “perseguido político” del gobierno de turno y jurará santidad a toda prueba, incluido detector de mentiras o cualquier ordalía a la que quieran someter su desempeño o la candidez de sus actuaciones beatíficas.
Jueces lentificados y con la espada de la justicia bien envainada anunciarán la imposibilidad de ejecutar acción alguna en contra del prófugo, por desconocer su paradero. Pronto aprenderán los escapados a vivir en su paraíso ficticio, a veces con asilo político incluido. Pronto acude a la mente la frase del rey Salomón que dijo: “Vi debajo del sol: en lugar del juicio, allí la impiedad; y en lugar de la justicia, allí la iniquidad”.