“No veo como India pueda alimentar 200 millones de personas para 1980”; así, Paul Ehrlich proponía mortandad para cientos de millones en su libro “The Population Bomb” de 1968. De la naturaleza, afirmaba que el 90% de los bosques tropicales serían destruidos a fines del siglo 20. India supera hoy 1.2 billones de personas y sus tasas de malnutrición han disminuido más de 50% en las últimas 7 décadas. Cifras del Banco Mundial y repositorios como Systema Globalis muestran que la población mundial, siendo 7 veces más numerosa que en el siglo 19, sufre de hambrunas en una fracción ínfima de épocas pasadas. Aunque la riqueza biológica está amenazada, los bosques tropicales no han desaparecido. La bomba de la población, aquel apocalipsis imaginado por Ehrlich y fundamentado en la catástrofe malthusiana, no contaba con la revolución verde, nuestro dominio sobre los genes y la tecnología que hace a las cosas más productivas. Las muertes por hambre se deben, sobre todo, a la estupidez humana, conflictos armados, malos gobiernos y corrupción; así proponen docenas de estudios, incluyendo aquellos por de Waal (2008, Political Geography) y Seal-Bailey (2013, Conflict and Health). Sobre todo, los datos disponibles muestran que cuando escasean los alimentos, mayor es la tasa de natalidad. De ahí la necesidad urgente de entender que para un mundo saludable es necesario primero justicia social, educación y tecnología.