No, no se trata de una nueva forma de vestir o de novedosos atuendos y colores para la gente “fashion”. A lo que me refiero es a la modalidad que han adoptado cientos de quiteños para deshacerse de los excrementos de sus perros, especialmente los habitantes de los barrios de clases media y alta.
Los orondos dueños ya recogen los desechos de sus finos canes en bolsas plásticas que traen desde casa para el efecto. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, y luego de mirar a su alrededor para asegurarse de evitar miradas indiscretas, estos individuos simplemente arrojan dicha bolsita fecal unos metros más adelante, sobre la misma acera que sirvió de retrete para su consentido animal.
Otritos, perrófilos más astutos, dejan colgadas sus funditas rellenas en ganchos de los postes de luz.
Así que, amable lector, cuando camine por las veredas de su barrio tenga cuidado de no pisar estas bolsitas, pues además de un feo resbalón, puede quedar saturado de ingratas materias y olores. Por dondequiera que usted circule, es innegable que Quito es una ciudad sucia. Se lo debemos a miles de cochinos moradores.