La moda neoliteral surgió con la Constitución de Montecristi, escrita como si se tratara de un reglamento minucioso.
Los iluminados que la concibieron esperaban que se la aplique siempre y en cada caso, al pie de la letra. Esto es, sin tomar en cuenta el contexto cambiante, vivo y dinámico de la realidad legal. Es por ello que -con su inflexibilidad- logra exactamente lo contrario: haberse vuelto inaplicable, con una rigidez neoliteral, propia de quienes no entienden lo que dijo el maestro hace 2 000 años: “La letra mata, el espíritu vivifica”. Según Montecristi, toda aplicación de la ley debe hacerse siguiendo “procesos inclusivos, avanzados, democráticos, solidarios, transparentes, patrióticos, soberanos, altivos, progresivos, igualitarios, etc. Por ello, lo único que sobrevive de la copiosa Constitución (que costó 300 millones) es su palabrería hipercorrectista, plagada de adjetivos, atributos y figuras pomposas como “derechos de la naturaleza”, “información contrastada”, “responsabilidad ulterior”, y un largo etcétera con que el poder ha construido el discurso único oficial del buen vivir estatista, que es obligatorio para todos y todas, al pie de la letra!