Al iniciarse el mes de diciembre se alborotaba la vida, hasta como que el clima variaba se sentía un rumor distinto que aceleraba inexplicablemente el paso de las horas. Creyentes como éramos, la familia se adornaba de un imaginario niño con la mirada al cielo. Con el convencimiento definitivo de que un anciano vestido de rojo, de pobladas barbas, amable y juguetón, rechoncho y sonreído era el generoso regalón, aparecía la navidad ante mis ojos recientes con guirnaldas de amor por todos los rincones del alma.
Muchos días antes de la celebración, mi abuela, mi distante abuela, ida para siempre pero que habita en mi encajonado inconsciente, agenciosa como capitana de un barco de ilusiones disponía la manera de armar el nacimiento. Mi madre laboriosa, ayudada por la alegre tropa, hacía realidad el árbol navideño.
Lucecillas de intermitentes colores circundaban las ventanas y no faltaban a las cinco de la tarde los cantos de villancicos. Todo era alegría de sueños y cometas, las clases en la escuela se hacían irregulares, todos nos contagiábamos con ese espíritu cristiano. Entonces, los ojos del Niño Jesús acampaban en los aposentos ingenuos de mi corazón.
Las navidades eran invariablemente bellas, se enredaban realidades con quimeras. No sospechaba mi infantil raciocinio , que es en esa época cuando se escapa la bondad y se agudizan las diferencias en las clases sociales, que es una fiesta cómplice de la miseria, una injusta manera de recordar el nacimiento del Nazareno. Pensaba el niño que el pan era para todos, que la cena de la noche que llamamos buena, llegaba con su ración de amor a todos los hogares, ignoraba la soledad de muchos en ese día, la tristeza de otros niños en diferentes latitudes, que ven el amanecer sin un sencillo obsequio para sus manos frías y solitarias.
Pienso que si ese niño soñador con semillas humanitarias en los ojos, hubiera sabido, sospechado de tanta desesperanza en las navidades, con seguridad no hubiese probado bocado aquella noche. Que para él era de luciérnagas, de infinita alegría, rodeado de un ambiente de paz y sosiego.
La Navidad era una sinfonía de colores, era celeste y santificada…