Cuando era niño, cuando mi infancia recorría descalza las playas de la Bahía de los Caras, bajo esos grandes y aromáticos árboles –mis padres– y la alegría de mis hermanos, siempre la Navidad llegaba alborozada, llena de luces intermitentes y con la mirada de un Niño al cielo. Todo era alegría de cometas y no faltó un muñeco y un pedazo de pavo que alegrara mis pequeños ojos del ayer. Ahora llega descomunalmente materialista, repleta de publicidad pagana, sin ningún Niño con la mirada al cielo. Se ha convertido en fiesta tradicional que agudiza en el pobre la pobreza.
La Navidad olía en el ayer a malva y aluzema, ahora está perfumada de dólares, mendicidad y delincuencia. El año pasado en esta época “me dieron las Pascuas”, fui cobardemente ‘chineado’, dos pelafustanes me arrebataron a viva fuerza el celular y el reloj, que era grato recuerdo que mi compañera me trajo de Europa hace pocos años. Me golpearon y golpeé. Estas demostraciones navideñas, injusta celebración al Nazareno, es el espejo deshumanizado de la sociedad. Me duelen las navidades, de escuálidos infantes desolados, que miran entristecidos las grandes vitrinas sin alcanzar sus sueños, créanme amigos.
No obstante, por costumbre y educación ¡Feliz Navidad! ecuatorianos.