Así es como Mandela bautizó a su amada Sudáfrica, dada su riqueza étnica y lingüística, en cuyo arcoiris curiosamente resaltaría el blanco; en las antípodas de esta, allá en la América meridional el usurpador español y el indómito habitante de los Andes, cual artistas del renacimiento, el uno con su hispanizante y pretenciosa pintura, el otro con la tosquedad de su terroso lienzo, iban también a crear otro pintoresco pueblo; quizá único en todo el planeta, por que más tarde las tonalidades de la africanidad teñirían a este territorio de una amplia gama de colores, cuyos tonos sin embargo no han terminado de armonizar entre sí, pese a que llevan muchos siglos compartiendo el mismo tapiz, cisma que ha evitado mostrar todo su colorido al mundo entero… y es que los tintes luminosos creyéndose herederos exclusivos de la ibérica pintura, han opacado sistemáticamente a los grises, invisibilizándolos, sin tomar en cuenta que éstos, además de poseer brillo propio… completan nuestro soberano arcoiris.