Insensible, indiferente o desentendido. Así podría calificarse a todo aquel que no esté situado dentro del contexto que vive hoy el mundo entero.
Y no es para menos, tal es el nivel de incertidumbre que cualquier intento de poner sobre la mesa algún tema, que no esté vinculado a la actual emergencia sanitaria, podría verse como un acto displicente. Sin embargo, resulta extremadamente difícil dejar a un lado aquello que hace ruido de una manera tan particular que parecería tratar de llamar la atención de forma desesperada, tal y como lo haría un fanático enardecido dentro de una multitud. Me refiero, por supuesto, a un aspecto del cual jamás deberíamos descuidarnos; la práctica política de nuestros gobernantes o de aquellos que pretenden serlo. Esta, reúne cualidades que nacen a raíz de la distracción colectiva y el olvido generalizado, como si se tratara de un ejercicio cuya presencia está implícita, su aplicación es mecánica y su final es inesperado.
En ese sentido, la práctica política en el país vive el día a día ubicándose alrededor de la coyuntura, la atención y las tendencias. Precisamente hoy se reúnen todas estas características y los ojos de todos están atentos a lo que se hace o deja de hacer.
Una vez más este espacio de opinión me lleva a reflexionar sobre los aspectos que rodean a la clase política ecuatoriana y no, no se trata de un test, una evaluación o un examen, más bien se trata de observar qué clase de políticos tenemos. Además, no se puede olvidar que este año, aunque viene siendo difícil de llevar, es pre electoral, momento perfecto, justo y adecuado para poner nuestra mirada sobre aquellos que hoy tienen la responsabilidad de tomar decisiones, de llevar a cabo las medidas necesarias y de demostrar su nivel de capacidad por medio de propuestas que busquen soluciones reales.