Caminan muy cerca de ti y no los puedes reconocer. Sus mentes tenebrosas ansÃan apropiarse del bien ajeno. Sus ojos curiosos, atisban la ansiada oportunidad, buscando un desprevenido, un contrato mal redactado, un documento falsificado o un añadido de letras ilegibles en el que ocultan sus oscuras intenciones. Sus narices olfatean el peligro. Sus ágiles manos aprovechan cualquier descuido hasta lograr su objetivo. Sus pies corren presurosos para escapar de la ira del prójimo y de los brazos de la justicia. Su codicia borró la ley que fue escrita con mano divina en el corazón humano, prohibiendo adueñarse de lo ajeno.
Los hay de cuello blanco y de poncho, de alto vuelo y de poca monta, atléticos y contrahechos, armados e indefensos, unos pocos con grillete en el tobillo y muchos portando un carné falsificado de discapacidad, con el que pretenden robarse la compasión ajena. Ellos procuran enriquecer con inusitada rapidez. No temen al látigo, ni a la ortiga, ni al agua helada. Son avezados, contumaces, descarados y mañosos. Cuando son descubiertos ya ni siquiera sienten vergüenza, ni esconden su rostro, sino que vociferan su inocencia y se declaran perseguidos polÃticos. Hay que aprender a reconocerlos, pues es el grupo con mayor crecimiento. Dan mal ejemplo y exhiben como trofeo la impunidad, atraen a los ilusos que sueñan con llenarse los bolsillos sin trabajar y convertirse pronto en nuevos ricos.