La prudencia es un bien que por escaso se convierte en valioso tesoro. El buen juicio, la sensatez y la moderación deben prevalecer ante la irreflexión, el descaro y la ligereza. A diario nos vemos enfrentados al desenfado de la imprudencia. Ella habla de lo que no conoce, dice palabras tan solo para llenar el vacío del silencio y vocifera improperios contra el prójimo. Conduce su auto con el celular pegado a la oreja, cigarrillo en mano y la mano sobrante sobre el pito, asustando a cuanto cristiano se cruce por su camino. No pierdas tu tiempo en reclamarle, pues es refractaria a la lógica y al sentido común. ¡Tan solo cuídate de ella!