La democracia es el gobierno de todos a través de un poder titular personal, no establece el modo de gobierno, pero si se basa en que todos deben tener alguna injerencia en el gobierno del Estado. Para la mayoría nuestro papel no será el de representación, seremos nosotros por nuestros personales derechos, por el poder titular que conlleva la ciudadanía. El yo, con nombre y apellido, que ha hecho las figuras de cambio en el Ecuador, los colectivos no tienen, por su naturaleza, un rostro, una boca que pueda alabar o insultar. Las personas sí, cada uno tiene su rostro, y su fuero interno en el que vislumbra si debe alabar o insultar.
Es hora de que las personas concretas, particulares, individuales, tomen un papel activo, no bajo colectivos ni lugares comunes. Antes se firmaban los documentos de “rebelión” con nombre y apellido porque el “rebelde” es uno.
Hemos desligado la responsabilidad de actuar según el fuero interno a terceros colectivos o individuales que cuentan con nuestra representación. El papel personal se ha diluido a un segundo plano de inferioridad.
Si en el ámbito interno de una persona ella sabe que debe oponerse y no hace nada por ello, se convierte en un encubridor y cómplice moral de esa actitud que considera negativa. En el plano de la política no es abandonar el poder titular del ciudadano como podría pensarse, es traspasar ese poder justamente al que no quisiéramos que lo tenga, el silencio es una manera de intervenir en la política, ese silencio que se traduce en un aplauso ante lo que consideramos negativo.
Es hora de que los nombres y apellidos tomen partido.