Quito, la capital de los ecuatorianos, se encuentra ultrajada con grafitis, leyendas, figuras, insultos y ofensas con pintura de todos los colores que manchan las paredes, edificios, casas y puertas de edificios de la ciudad donde se expresa actos de agrado o desagrado, para que la gente a través de un atractivo visual grave hechos o circunstancias que según sus autores debería recordarse o nunca olvidarse sin importar el daño causado a los ofendidos y dueños de las propiedades que se ven obligados a pintar continuamente las fachadas de sus domicilios.
No escapan a esta barbarie los monumentos, puentes y postes que pertenecen a la ciudad. La intención es causar daño, recordar acontecimientos negativos ocurridos en el tiempo o en la vida de las personas. En este ataque a la propiedad privada participan movimientos urbanos revolucionarios o rebeldes sin causa que aprovechándose de las sombras de la noche y el anonimato esconden su “audacia” para no ser reconocidos en sus andanzas ya que no son capaces de afrontar con madurez los sucesos políticos, culturales, sentimentales o personales del momento.
El daño causado a la ciudad debe ser enfrentado con severidad por la Policía Metropolitana para ubicar autores, cómplices y encubridores de estos actos vandálicos para que los agresores y con sus propios medios pinten o reparen el daño causado además de pagar una multa ejemplarizadora. Una ordenanza que evite que la ciudad sea ofendida sería muy bien vista por la ciudadanía.