Fracasó la gran dionisíaca
Todo estaba preparado: música, tarima, danzantes y malos cantantes. En suma, todo el jolgorio y la estridencia propia de las alegorías revolucionarias de los últimos años. Creyeron que los cuentos de última hora bastaban para corregir los desajustes provocados en la ciudad por el Burgomaestre en servicio. Uno de ellos terminó por destrozar el siempre crítico sistema vial de la ciudad. Los usuarios de la calle Ulloa, arteria que permitía el desfogue de la atascada circulación por avenidas como la América y 10 de Agosto, no lo olvidaremos jamás. Nos impuso multas de países desarrollados para quienes recibimos salarios subdesarrollados y, cuando el favor popular le abandonaba, pretendió corregir. Este simple hecho bastó para indicarnos que no merecía una segunda oportunidad. El jefe desesperado salió por sus fueros, hizo lo que quiso -como le es usual-, pasó por encima de cuanta regulación legal o moral le impedía inmiscuirse en el proceso eleccionario seccional. Tienen toda la razón, esto es solo el comienzo para ellos, lo peor está por venir. "Se les acabó la fiesta" [sic].