Recibo el 2012 con mucha humildad y con aún mayor esperanza. Humildad, porque sé que me he quedado corta en mi deseo de ser una mejor persona. No me faltan las ganas, pero sí el impulso de dejar de soñar, añorar y desear para hacer, convertir, renacer y despertar. No hace falta que venga un nuevo año para cambiar, pero ciertamente es la mejor oportunidad para hacerlo. Esperanza, porque tengo que creer en un mundo mucho más humano, solidario y pacífico. El 2011 definitivamente no fue el mejor año. Vimos la caída de los mercados a escala mundial; los desastres naturales que azotaron a varios países asiáticos; las guerras y el odio que continúan consumiendo espíritus, cuerpos y corazones en África y Medio Oriente; el triunfo de la violencia y las drogas en América Latina. Pero también vimos una leve caída del desempleo en varios países; el surgimiento de los Occupy Movements que exigen un mundo más justo y libre; la solidaridad hacia los más afectados; triunfos aislados contra el terrorismo de AlQaeda y Al Shabaab; el incremento de las tasas de escolaridad en nuestra región; la consciencia a escala mundial de que juntos podemos crear una vida mejor. Este año se supone que va a ser el fin de algo, ya sea de un ciclo o del mundo. Yo pienso que el 2012 va a ser un año de transformación. Todos estamos a la expectativa. Seamos, entonces, no solamente espectadores, sino partícipes del cambio. ¡Un buen año para todos!