En la semana del 5 al 8 de septiembre de 2016, el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) que sustituyó al Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural (Fonsal), organizó una serie de eventos en homenaje a los 38 años de que el centro histórico de Quito fuera incluido por la Unesco en la lista de bienes culturales de la humanidad.
Todo estuvo bien. El convento mayor San Francisco brilló por su bien conservado ambiente: los frailes seráficos brindaron sus instalaciones para que allí se lleven a cabo las conferencias, que orientadas a un público mayoritario, fueron dirigidas a la difusión del patrimonio quiteño, a su conservación y a la incorporación de nuevos conceptos válidos para la pervivencia de los valores históricos (urbanismo, arquitectura y artes plásticas) de la ciudad. Mas estos afanes no pudieron cuajarse debidamente por falta del adecuado sello de identidad: faltó el condumio de la celebración: la exclusiva gratitud a quien ideó el pedido a la Unesco. Conocí con posterioridad al cierre de esa la semana cultural, que una pequeña biblioteca inaugurada en el interior de la nueva sede del IMP (calles García Moreno y Manabí) había sido bautizada con el nombre de “Rodrigo Pallares”. Si bien es plausible esa nominación en memoria de Rodrigo, ésta se ha quedado corta, pues no basta para recordar al ideólogo y rector de las gestiones para que la Unesco incluyera al centro histórico quiteño en el listado de bienes mundiales. La idea fue exclusiva de Rodrigo Pallares, como he anotado repetidamente en publicaciones mías -certeras a más no poder-por haber sido la autora de la investigación (histórico: trazo urbano, arquitectónico/artística) que fue enviada a París justificando el pedido ecuatoriano ante la Unesco. “Rodrigo Pallares Zaldumbide” debió ser titulada la sede del IMP en lugar de llevar el nombre de su arquitecto/constructor (¿“Casa Guillespie”?), sin mayor trascendencia histórica y representativa, estando fuera del perímetro patrimonial reconocido por la Unesco (1978). Es indispensable nominar adecuadamente una edificación para que su fachada sirva de panel informativo estructural no coyuntural y que pueda estar perennemente en el quehacer cotidiano. En el caso que tratado, el nombre de Rodrigo Pallares Zaldumbide debe estar al acceso del transeúnte para que pueda ser conocido públicamente al grabarse en la memoria colectiva. Se debe recordar que gracias a la concepción vanguardista de Rodrigo, la urbe vieja se ha transformado en un ícono hegemónico del turismo mundial y un ejemplo de la preservación de su patrimonio material e inmaterial. También se debe tener presente que la motivación para lograr incluir a Quito en la lista de bienes protegidos por la Unesco no respondió a ninguna tendencia política, sino que fue exclusivamente histórico exento de carga ideológica.