Siento desagrado cuando observo que ciertos conglomerados descendientes de potenciales culturas milenarias, ya por conveniencia o cualquier clase de estímulo, aceptan la aculturación de costumbres foráneas; renunciando su propia lengua, su música, su vestimenta, su entorno físico y su identidad; en muchos casos inclusive desistiendo de sus apellidos ancestrales para reemplazarlos por los del mestizaje, dando a entender que con estos cambios van a mejorar su estatus social y su estilo de vida.
Nuestro país tiene diversidad de culturas ancestrales de incalculable valor, pero la gran mayoría de ellas en peligro de extinción por la poca importancia de los organismos de educación y cultura, a tal punto que ni siquiera hemos asimilado la cosmovisión y el valor heroico de la sangre Quitu – Shyri o Huancavilca, como así lo hacen en partidos de fútbol, los tupinambis en Brasil, araucanos en Chile, charrúas en Uruguay, guaraníes en Paraguay, la sangre azteca en México y los incas en Perú. Bueno sería que a través de los distintos medios empecemos una campaña de identificación propia para saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde queremos llegar como país diverso, pluriétnico y multicultural.