En Ecuadorlandia, sucedió. Un Pericote muy adulador hablaba maravillas de Don Gato. En las reuniones familiares no cesaba de mencionar su gran amistad.
Así pasaron los meses, el Pericote caminaba orgulloso por las calles, era la admiración de toda la ciudad, nadie tenía un amigo tan prestigioso.
Las ratas se apegaban sin ningún recelo, porque creyeron que podían beneficiarse de aquella relación. Pero un día de esos, que quisiéramos que no existieran, Don Gato apareció y se cruzó en el camino con el Pericote, y sin pensar dos veces, porque tenía hambre, se abalanzó, y lo devoró.
“De nada le sirve al adulador, tratar de quedar bien con su jefe, porque cuando deje de ser útil para sus intereses, será mal recompensado”.