Estamos acostumbrados a escandalizarnos con los actos de corrupción que nos inundan a diario, sobre todo cuando se trata de cifras astronómicas, que casi siempre involucran a los gobiernos. Sin embargo no todos escapamos a las facetas de la corrupción, porque resulta que muy pocos podrían decir que no han sucumbido a sus garras. Y es que la corrupción no solo involucra dinero, también son nuestras actitudes. La corrupción es omnipresente en nuestra cotidianidad, a tal punto que ya no distinguimos cuando la ejercemos o cuando somos sus víctimas. Los ejemplos sobran y cada uno será juez de sus acciones; sin embargo me ha llamado la atención un tipo de corrupción que, como muchas, se entiende como natural en las instituciones nacionales e internacionales (sí, también en las internacionales). Y es que cuando uno lee sobre el tráfico de influencias se le viene a la mente los contratos millonarios que los gobiernos entregan a dedo, sin detenerse a pensar que también es corrupción otorgar cargos o puestos de trabajo a familiares, amigos o recomendados. El colmo de esta práctica es que se elaboran complicados requisitos, pruebas online, entrevistas y demás para los ingenuos que creen que por vías regulares conseguirán un trabajo. Esta práctica conlleva a que el pírrico ganador tenga de por vida un favor que devolver, que será cobrado de la misma manera.