Para quienes tienen la prerrogativa de la gestión de lo público, debe ser grato representar a la institucionalidad inmaterial del Estado, y ese poder gigantesco creado por el ser humano. Uno de los principales postulados de esta delicada función sin duda alguna es la capacidad, traducida en nuestro “sistema meritocrático”, entre comillas, ya que en la práctica es muy distinto. Cuando para un puesto de trabajo con una ínfima responsabilidad, un postulante debe pasar una cantidad de filtros, de conocimiento, psicológicos y documentales con puntajes preestablecidos mínimos, en un concurso abierto para cualquier persona, en aquellos denominados “puestos de confianza” que deciden el destino del país en diversos ámbitos, todo depende de la persona a la que haya que ganar esa confianza. ¿Qué nos garantiza eso?, nada, solo se garantiza que se logre confundir la vía de la opinión sobre la vía de la verdad. Así la administración se basa en la doxa, que según el mismo Platón puede llegar a ser engañoso, al depender de la apreciación personal y no de una verdad indiscutible. Un ejemplo de ello es que el principal de Quito haya llamado a concurso para las administraciones zonales.